Por Adrián Freijo – El Duque de Edimburgo despreciaba a nuestro país y jugó un papel fundamental en el conflicto de 1982. Años después destrató a un presidente argentino.
Los periodistas argentinos, tan preocupados siempre por convertirse en el centro de las noticias y tan poco por estudiar y bucear en la historia, pasaron por alto el hecho que seguramente vincula más fuertemente al fallecido Felipe de Edimburgo con nuestro país: fue él quien convenció a la reina Isabel II de autorizar el envío de una desproporcionada flota apara recuperar Malvinas, pese a la gestión directa que el presidente norteamericano Ronald Reagan, una vez convencido de la imposibilidad de torcer el brazo de Margaret Tatcher que veía en la guerra una ocasión para recuperar un poder que se le escapaba entre los dedos, realizó con la intervención directa de su embajador en Londres tratando de convencer a los ingleses de aceptar una salida diplomática.
Muchos de sus biógrafos coinciden en justificar el encono real contra nuestro país en aquellos acontecimientos ocurridos en ocasión de su tercera estadía en el país y que no casualmente coincidió con la Operación Cóndor: un grupo de militantes liderados por Dardo Manuel Cabo secuestró un avión de Aerolíneas Argentinas, lo hizo aterrizar en las Islas Malvinas e izó la bandera argentina en Puerto Argentino. Pese a las explicaciones y disculpas del dictador Juan Carlos Onganía, que prometió al esposo de la reina duros castigos para los atrevidos jóvenes, el príncipe nunca perdonó lo que consideró una humillación a la corona a través de su persona.
Felipe, que desde entonces incubó un desprecio cerril por los argentinos, aprovechó la indignación británica ante la recuperación de las islas e insistió ante su esposa en el valor de lavar el honor del imperio y la convenció de apoyar la desmesura de la Dama de Hierro que terminó costando muchas vidas de nuestros soldados aunque también muchas más de las esperadas entre las tropas inglesas.
Pocos años después, como un grotesco corolario de aquel drama que lo tuvo como privilegiado promotor, el consorte real se daría el gusto de tratar despectivamente al presidente argentino Carlos Menem y a su hija Zulema en ocasión de la visita que ambos hiciesen al Palacio de Buckingham para compartir un té con la soberana y su marido.
En un momento Felipe deslizó al pasar que la Patagonia era bellísima y, ante la invitación del riojano, afirmó que ya conocía el sur del lado chileno por lo que no haría falta otra visita. Una forma poco disimulada de recordar la estrecha relación personal que lo unía al ex dictador chileno Augusto Pinochet a quien llegó a agradecerle públicamente la ayuda que su país había prestado a Gran Bretaña durante la guerra de 1982.
Pero, frívolo y sumamente inculto al fin, el periodismo de nuestro país prefirió el «corte y pegue» de cables de agencias que recordaban los romances principescos, las rebeldías juveniles de duque, sus dificultades con el actual heredero al trono y sus difíciles años de la infancia y adolescencia.
Propios de la serie «The Crown» y de las revistas del corazón, pero imperdonable a la hora de recordar que ese hombre que hoy abandonó el mundo a los 99 años hizo todo lo que estuvo a su alcance para que los argentinos pagásemos con sangre los delirios de un dictador que hasta días antes caía simpático en aquella corte a la que envió de regalo caballos criollos.
Olvidos miserables de una historia que cada día nos merecemos más…