FIDEL: DE LA REVOLUCIÓN AL RELATO

Ya no tiene importancia discutir muchas de las cosas que rodearon su vida. El líder cubano quiso encabezar una revolución mundial y terminó siendo nostálgico símbolo de lo que no fue.

Uno de los hombres que más lo admiró se adelantó sin saberlo al final de los días del líder. En cada línea de la majestuosa obra de Gabriel García Márquez «El otoño del patriarca» se puede leer el final de este símbolo de la Guerra Fría que, tras una vida de controversia, violencia y principios, murió en su amada Cuba a los 90 años.

Porque si algo no podrá negarse, aunque para sus enemigos suene a sacrilegio, es que Fidel amaba Cuba por sobre todas las cosas y que en un tiempo hoy lejano puso en riesgo su vida y su libertad para iniciar lo que él imaginaba un proceso revolucionario y terminó siendo una más de las dictaduras dependientes de América Latina.

Descarnado de afectos reales, convencido del mínimo valor de la vida humana frente a los procesos de la historia, militarizado con el brutal fanatismo de quien no es militar y no conoce los límites de la supremacía armada, empujado por un miedo visceral a los intentos de matarlo desde dentro y fuera de la isla, Castro terminó encerrado en un mundo policíaco en el que solo el terror era el combustible de lo que hacía y lo que prohibía.

Y el realismo mágico -esa ideología única de un continente condenado a la decadencia- se apoderó del centro de la escena empujando a los cubanos a una épica que durante décadas escondía la sumisión a la Unión Soviética y tras la implosión del agotado gigante fue tan solo una justificación para las carencias mendicantes.

Y ya todo fue relato; el mundo dejó de temer a la Revolución Cubana que otrora se anunciaba como el cuco a los chicos y eligió visitar la paradisíaca isla para tomar ron, mirar bellas mulatas y espiar por el rabillo del ojo para ver si en el horizonte aparecía alguna barba vestida de verde oliva.

La historia juzgará su accionar y deberá poner en un platillo de la balanza la dignidad que una sociedad jaqueada y la violencia con la que esa dignidad fue impuesta. ¿Mártir o asesino?, ¿comandante o carcelero?, ¿libertario o déspota?. Ese capricho de amores y odios que se llama «historia» dirá cual es el lugar que le toca en la tragicomedia cuyos capítulos se escriben cuando ya no le importan a nadie.

Murió Fidel…y el mundo sigue andando.