Como lo hicieron sus antecesores jesuitas desde hace décadas, el Papa interfiere en la política argentina volcándose siempre del lado del populismo autoritario, sin disimulo ni pudor alguno.
Mons. Octavio Derisi, uno de los formadores de Jorge Bergoglio en sus años jóvenes, fue confesor y consejero del dictador Juan Carlos Onganía. Cuentan los testigos de esa relación que, además de llenarle el gabinete de ultramontanos nacionalistas católicos, lo empujó a aquella alianza con Augusto Timoteo Vandor que pretendía convertir al bigotudo general en un líder populista al estilo de Benito Mussolini.
Habían vuelto a la Argentina de la mano de D. Juan Manuel de Rosas, quien los tuvo como punta de lanza de la prédica contra sus opositores unitarios. El tiempo y el desgaste del régimen terminaría por enfrentarlos; pero lo hecho hecho estaba y es claro que ya por entonces la Compañía de Jesús se volcaba hacia los procesos autocráticos.
En 1923 se produjo un entredicho entre la Santa Sede y el gobierno de Alvear. Buenos Aires había propuesto para ocupar la silla arzobispal a monseñor Miguel De Andrea, hombre muy apreciado por su carisma y por sus opiniones, que se había enfrentado duramente a todos los intentos corporativos que ya por entonces alimentaban el neo facismo en el Río de la Plata, y el Vaticano rechazó su candidatura. En ese contexto, tronaron las voces que achacaban a los jesuitas el haber urdido una trama oculta para boicotear la candidatura de De Andrea.
Más acá en el tiempo la Compañía pone a un jesuita. el padre Hernán Benitez, a acompañar a sol y a sombra a María Eva Duarte de Perón, como una forma de influír sobre las decisiones del líder justicialista. Perón no confiaba mucho en el cura y tampoco quería tener a la Iglesia metida en su gobierno. Pero no pudo evitar que esa presencia marcara su vida política desde el inicio: fue el jesuita Benítez el redactor de los documentos del GOU (Grupo de Oficiales Unidos) que movilizó la revolución del 43 y llevara a Perón al poder apenas dos años después.
Jorge Bergoglio militó abiertamente en la Guardia de Hierro en los años 60/70. Este nucleamiento, en el que conoció y comenzó su amistad con Guillermo Moreno, estaba signado por el pensamiento autoritario y se consideraba -como los jesuitas en la Iglesia Romana- una elite intelectual que estaba por sobre todas las demás expresiones del peronismo. Los «guardianes» se sentían custodio y cruzados de la doctrina y nunca lograron separar a esta de aquellos principios corporativos y fascistoides del GOU y del primer Perón.
Hoy, convertido en pontífice, Bergoglio sigue jugando al peronismo más duro y envía a su «representante» en el país, el discutido y muy discutible titular de La Alameda, Gustavo Vera– a formar una lista junto a Moreno para tratar de quedarse con el sello del Partido Justicialista.
Al mismo tiempo invita con honores al vaticano a la sospechada Fiscal General Gils Carbó y avisa que en meses estará en Chile y Perú pero no vendrá a la Argentina. Nada queda afuera de la cadena de los mensajes que gritan «terminen con Macri».
El buen jesuita, como sus antecesores, vuelve a jugarse por el populismo, el autoritarismo y el vale todo para los amigos.
¿Porqué habría de ser distinto esta vez?, ¿porqué es Papa?…avísenle.