Redacción – Lo ocurrido en el Club Quilmes y la «revancha» que tuvo como víctima a la madre de un hincha de Peñarol señalado como responsable del ataque marca una escalada inaceptable.
Mar del Plata tiene el orgullo de albergar en su seno el clásico más importante del básquet nacional.
Peñarol-Quilmes es, desde hace mucho tiempo, el partido más convocante que una disciplina en constante crecimiento, que hoy convoca a miles de seguidores, a la televisión y hasta a empresarios y gobiernos que saben que el básquetbol «paga» en imagen y difusión.
Y la rivalidad, curtida en más de 100 enfrentamientos de esos que en cada ocasión renueva pasiones, fue creciendo hasta tomar formas épicas en las que nada es ajeno a los hinchas de uno y otro club a la hora de marcar supremacía. Lamentablemente, y como ocurre en otros deportes también señalados como «populares», la violencia no es ajena al encuentro de las malhadadas «barras» antes, durante o después de los partidos.
Pero cuando entran a tallar armas de fuego, atentados, vendettas que terminan con personas heridas -y que pueden llegar a convertirse en muertas- parece hora de poner un freno, reflexionar y tomar las decisiones que sean menester. ¿Quién garantiza si no que la escalada se acelere y en un corto tiempo estemos todos sumergidos en una guerra sin límite ni cuartel?. Poco importa si se trata de un enfrentamiento entre las dos hinchadas o los tiros son parte de la interna de cada una de ellas; es violencia…y punto.
Los directivos de ambas instituciones son vecinos de la ciudad, conocidos y respetados, de esos que pueden caminar por sus calles o sentarse a tomar un café con amigos sin que nadie los agreda y nada pase de la simpática «cargada» que hace a la sal de cualquier clásico. ¿Pueden estar abocados a desarmar violentos, iniciar investigaciones policíacas o responder con su propia integridad a una esta de sinrazón que en realidad ha calado hondo en todos los aspectos de la vida social del país?.
Por supuesto que no; ni es su función, ni es su incumbencia ni se prepararon para eso.
Pero llama la atención que a lo largo de la mañana se repita que «no es la primera vez que pasa», «sabemos que son dos loquitos que son hinchas de Peñarol» y hasta que se conozca el nombre de los involucrados a punto tal que otro grupo de «descerebrados», en nombre del honor herido de su club, se apersonen en el domicilio de uno de los señalados y balee…a su madre.
Todos nos preguntamos que han hecho la policía y la justicia para que esto no ocurriese, si como se sabe ahora se conocían los datos de quienes comenzaron esta locura. ¿O es que las autoridades del club víctima de estos atentados no hicieron la denuncia correspondiente?. Cuesta creerlo, sería una irresponsabilidad peligrosa.
Sea lo que fuese lo ocurrido debe marcar un límite. Los miles de socios y los muchos más hinchas de Quilmes y Peñarol merecen poder asistir a sus instalaciones con la alegría y la seguridad que reclaman clubes sociales y deportivos cuyo objetivo final no es competir -y mucho menos pelear- sino contener y disfrutar de las familias al amparo de los colores elegidos como propios.
Para lo que es necesario que los delincuentes y los locos no tomen el centro de la escena y los directivos y socios dejen de ser testigos silenciosos del descalabro.
El límite, una vez más, adquiere la forma de abismo; y parece que nadie quiere frenar o cambiar el rumbo.