La decisión de organizar una marcha el día de la asunción de Macri, y la vergonzosa actitud de quemar las reservas y endeudar al país a horas del recambio, ponen a Cristina en una posición inaceptable.
Como un ejército de ocupación que arrasa todo lo que encuentra a su paso, la presidente ha resuelto devastar la Argentina antes de irse. O al menos dejar a su sucesor una situación de caja que le haga imposible cumplir con los mínimos compromisos.
El millonario endeudamiento dispuesto y la emisión de un bono de once mil millones de pesos con vencimiento a los 90 días -el promedio de tiempo utilizado durante su gestión ha sido de cinco años, con escala algunos a dos y tres décadas- es un ejemplo claro de lo arriba expuesto y tal vez podría ser motivo de una acción penal por mala praxis ya que es imposible que un mandatario desconozca la situación financiera del país que le toca administrar.
La intención de Cristina es clara: sin aportes externos Macri no podrá afrontar no solo los vencimientos de deuda -solo en marzo tiene que desembolsar 1.900 millones de dólares, a los que deberá sumarle ahora 1.000 millones más de este bono de «despedida»- sino que tendrá serias dificultades para sostener la extensa trama de planes sociales, los sueldos de una estructura estatal sobredimensionada y parasitaria y hasta afrontar la erogación necesaria para el sistema previsional. Quiere, en una palabra, dejarle un país ingobernable.
A ello le suma una inocultable vocación de violencia, convocando a una marcha en apoyo a su persona que convergerá en la Plaza de Mayo al mismo instante que con real legitimidad los seguidores del nuevo mandatario estén festejando una jornada de alegría que bien supieron ganar con su voto. El histórico sitio podría convertirse en un campo de batalla.
En la caída, su inocultable desequilibrio y la carencia absoluta de límites morales queda entonces en evidencia. Poco importa el sufrimiento de los argentinos y mucho menos el riesgo de que la violencia gane las calles.
Dependerá del equilibrio del gobierno entrante y de la firmeza en los primeros mensajes a la sociedad que la situación pueda ser neutralizada. Si Macri consigue el necesario apoyo financiero para arrancar -lo que por estas horas se negocia contra reloj y aparentemente con buenos resultados- y la organización de los fastos del 10 de diciembre consigue «separar las aguas» para evitar encontronazos -lo que en mucho depende de la serenidad de la gente que vaya a la plaza a saludar el recambio democrático y no a provocar- los delirios de Cristina irán languideciendo con la misma velocidad con que un peronismo harto de su sola presencia la vaya depositando al costado del camino.
Lástima que ese mismo peronismo no sea taxativo a la hora de expresar un apoyo real al que llega y repudiar las actitudes de quien aún se autodenomina «la Jefa». Bien le haría al país y al propio movimiento fundado por Perón que sus dirigentes dieran alguna señal de haber aprendido al menos algo de aquel postrer abrazo entre su líder y Ricardo Balbín que pretendió tardíamente cambiar una historia plagada de «cristinas» y odios.
Mientras ello no ocurra el ejército de ocupación avanzará impunemente y todos estaremos en peligro.