Cuesta creer que en cuatro meses tantos argentinos hayan olvidado lo ocurrido en doce años de kirchnerismo. Gracias a La Cámpora que en su primera aparición pública ayuda a recordarlo.
Dueños de la calle por mandato propio, los jóvenes de La Cámpora se erigieron en electores de la libertad d tránsito de los argentinos. Soberbios infatuados, volvieron a demostrar que para ellos existe un estado paralelo cuya funcionamiento están en condiciones de regular, dirigir y determinar.
Como Milagros Sala en Jujuy, los camporistas hacen del apriete y la amenaza una pantalla que tapa el inocultable hecho de que sus dirigentes aprovechan cualquier circunstancia para enriquecerse.
Y así se movilizarán amenazantes para defender a Cristina, a Máximo, a Recalde, a Kicillof y hasta a Boudou, sin siquiera preguntarles como hicieron para multiplicar por cientos sus fortunas personales.
No es la primera vez que ocurre en el país. En los 70 que tanto añoran los jerarcas montoneros se enriquecieron hasta la obscenidad con lo producido por los secuestros y robos de la organización, mientras los militantes de base eran masacrados sin piedad tras haber sido entregados por sus jefes.
Porque aquellas «formaciones especiales» o estos «militantes pagos» tenían y tienen un punto en común: su carácter de sumisos cuasi religiosos a falsos profetas que saben explotar su necesidad de creer en algo.
Pero como antes tal estado de cosas costó muchas vidas, en esta última etapa costó miles de millones que se fueron por el retrete de la avaricia de los líderes. Y sangre y plata son cosas que la Argentina no puede seguir regalando alegremente.
El 10 de diciembre la sociedad sintió un alivio; comenzó a pensar que podía regenerar la convivencia, la distensión y el debate sano que suplantara a los gritos y la crispación. Millones que votaron por el nuevo gobierno y también millones que habían elegido por la opción también moderada de Daniel Scioli se dispusieron entonces a construir un país civilizado y abrazado al derecho.
Errores de los gobernantes -insensibles ante el sufrimiento de los más pobres- y cierta tendencia nacional a la memoria frágil hicieron que en apenas 120 días comenzara a esfumarse el recuerdo de tanta corrupción, mentira, grito y atropello como los que sufrimos durante más de una década.
En una sola mañana La Cámpora volvió a mostrarnos aquella postal Y es algo que, en nombre de la desmemoria, debemos agradecerle.