«Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros» decía el genial cómico cuya estructura humorística se basó en la caricatura de una ética derrotada por el realismo y un poder casi cruel sobre los suyos.
Groucho era a los Hermanos Marx lo que Moe a Los tres Chiflados o Cristina al kirchnerismo. Un «primus inter pares» que salía a escena con sus compañeros de ruta pero lo hacía solo para demostrar un liderazgo dominante sobre el resto. Resto que, dicho sea de paso, era la imagen de la ingenuidad y la torpeza.
A los tres los une una identidad tan «exitosa» como peligrosa: todos creen que el fin justifica los medios, y actúan en consecuencia.
Pero también tienen un territorio común y es el de la ficción. Groucho o Moe, siguiendo talentosos libretos que buscan la risa; ELLA, la adormidera que haga caer a quien la escucha en la ensoñación y el fanatismo. Y en búsqueda de ese objetivo todos los escenarios son imaginados…
Hace poco más de un año parecía que Mauricio Macri nos iba a sacar de este mundo de Oz en el que habíamos caído...pero no fue así. A poco de andar quedó claro que también había caído bajo el peso de un libreto en el que le hicieron actuar como «el héroe del segundo semestre».
Y ahora, con el primer examen a la vista, los mismos que lo encerraron en ese brete temporal que además nadie le pedía, quieren empujarlo a una especie de populismo berreta en el que quemarán $ 50,000 millones que además son del ANSES. Es decir, lo obligan a un «kirchnerismo explícito» en el que hará las mismas cosas que tanto criticó y a las que combatiendo lo depositaron en el poder.
Aunque la nueva etapa nazca bajo la influencia menemista del «estamos mal, pero vamos bien», con la tardía pretensión de convencer a la sociedad que su gobierno está en el punto duro de un futuro virtuoso que comenzará a verse en los dos últimos años de su gestión para alumbrar una nueva Argentina allá por el 2019.
El nuevo modelo a seguir es Israel, con una economía que corrige y normaliza por «acumulación». Es un plan de ocho años piso y treinta de meta. En cuatro años está todo por la mitad y es la mitad mala.
Inflación a niveles mundiales, crecimiento, equilibrio fiscal, reconversión productiva, modernización laboral, reforma impositiva son los objetivos a perseguir para dejar atrás la etapa inaugurada por el peronismo en 1945 y que según los teóricos del gobierno es la madre de todos los males del país. Y ese sería entonces el camino que, al menos por ahora, aparece muy desvaído en cuanto a resultados: pese al optimismo casi infantil del gobierno, el primer escalón que sería derrotar a la inflación está aún muy lejos.
Y además, parece difícil que a 30 días de las PASO y poco más de tres meses de la primera elección de medio tiempo, haya espacio para convencer al electorado de que donde decía seis meses hay que leer cuatro años y donde estaba escrito que usar la plata de los jubilados para hacer campaña era corrupción populista, ahora dice «siempre y cuando no lo hagamos nosotros».
Salvo que, claro está, se piense otra vez que la gente es estúpida…