Guillermo Montenegro: el desafío de gobernar y dar la talla

Por Adrián FreijoAl cumplir un año de gestión el intendente se encuentra con un balance hecho en base a circunstancias excepcionales y que hace difícil sacar conclusiones para el futuro.

 

Se viene un año electoral en el que todos los sectores políticos protagonistas de la vida local ponen mucho en juego.

El kirchnerismo, que se mantuvo durante toda la emergencia sanitaria en campaña y priorizó el desgaste de la administración de Juntos por el Cambio aún por sobre el interés general, sabe que necesita de un triunfo par consolidar el proyecto de cara a 2023. O al menos este proyecto que encarna Fernanda Raverta…

Porque el peronismo es impiadoso con los perdedores y no son pocos los que afilan los colmillos para saltar al cuello de la titular de la ANSES si la derrota de 2019 se repite. Y en las huestes kirchneristas lo saben, como también perciben que el abandono que el gobierno de Alberto Fernández ha hecho de los jubilados puede tener un costo muy alto en la ciudad que mayor porcentaje de pasivos tiene en el país.

Y esos temores encarnan en la figura de Gustavo Pulti que por estas horas apuesta a un armado provincial del vecinalismo para generar una fuerza capaz de mantener las expectativas electorales de Acción Marplatense y a su vez colocar en la legislatura provincial representantes propios. Sabe que ese fantasma sobrevuela al kirchnerismo y  que en los sectores más moderados del peronismo comienzan a preguntarse si insistir en mantener fuera del armado al ex intendente no será un suicidio político y una invitación a otra derrota, una más, en el distrito históricamente más esquivo de la provincia.

Y en el medio de estos juegos de poder Guillermo Montenegro debe preguntarse por estas horas como seguir adelante. Sabe que el primer año de su gestión estuvo signado por una agenda que nadie podía imaginar allí por el 10 de diciembre de 2019 cuando se hizo cargo de la intendencia y aparecían en el horizonte dos objetivos centrales detrás de los que ir en busca: la pertenencia y la convivencia.

Trasplantado por el laboratorio del PRO a una Mar del Plata de la que estaba ausente desde hace décadas, necesitaba que la ciudad convalidase su pertenencia y lo adoptase como hijo propio. Máxime en un contexto en el que nación y provincia quedaron en manos del peronismo y su figura, la del hijo pródigo, encarnaba un proyecto que se acercaba más a la resistencia que a la gestión.

Ya no era parte de un todo -como si lo fue, y lo arruinó, Carlos Fernando Arroyo– sino que estaba solo, sin mayoría propia, con aliados no siempre confiables y lobos que aullaban en las cercanías, para «defender los trapos» de una ciudad que seguía desconfiando del peronismo pero ahora necesitaba, mes a mes, encontrarse con sus representantes para conseguir los fondos necesarios para funcionar y, si era posible, avanzar en alguna obra.

Y la pandemia le dio la oportunidad de resolver esa crisis de pertenencia: la sociedad lo percibió como un dirigente capaz de defender los intereses dela ciudad, maniobrar con inteligencia ante la crisis y liderar a un conglomerado tan difícil y variopinto como es el que le tocaba gobernar.

Tal vez en esta etapa intermedia -en la que la salida se vislumbra un poco más cercana, aunque plagada de acechanzas- comience a poner en juego el capital conseguido: aparecen las primeras exigencias de gestión, no se vislumbra un equipo de gobierno capaz y afiatado y sobre todo se percibe algún desorden en la calle, en cuestiones como la inseguridad, el transporte, los cortes de calle y la higiene urbana, que deberán ser encarados con algo más que el márketing, los anuncios y los diagnósticos.

En una palabra…gobernar.

Y él también está urgido de consolidar alianzas políticas que le permitan domar la dura resistencia del kirchnerismo en el Concejo. Sabe que todo lo que desde allí pueda hacerse para desgastarlo estará de aquí en más al orden del día y que tal vez más temprano que tarde deberá enfrentar dos problemas de no menor cuantía: las clásicas reticencias de la UCR a tirar para el mismo lado si sus aspiraciones en cuanto lugares en las listas electorales no son atendidas y la posible partida de Nicolás Lauría, presionado hasta la obsesión por el Frente de Todos, al que se le exige que acompañe la decisión de su partido que abandonó Juntos por el Cambio para integrarse al oficialismo nacional y provincial.

Esto obligaría a Montenegro a consolidar el incipiente acuerdo estratégico con Acción Marplatense, Tercera Posición y aún la Agrupación Atlántica pero…¿a qué precio?.

Pero resuelta positivamente la cuestión de la pertenencia -ya nadie señala al intendente como sapo de otro pozo- queda por delante la no menos delicada de la convivencia. Y a las citadas dificultades para consolidar el frente interno se le suman las crecientes diferencias con la administración de Axel Kicillof y la creciente lejanía con la de Alberto Fernández que, al inicio de esta historia, parecía mucho más interesada que hoy en tender a General Pueyrredón una mano que alejase al distrito de la dependencia absoluta de La Plata.

Deberá maniobrar muy fino Montenegro para mantener abiertos los carriles de diálogo y neutralizar a su vez la virulencia de los «halcones» del PRO que quieren llevar el escenario a una guerra frontal con el kirchnerismo, sin tener para nada en cuenta las necesidades de los propios que están en funciones de gobierno.

Tal vez haya llegado el tiempo de algunos ajustes en el equipo que rodea al intendente, buscando una mayor apertura a sectores intermedios de la sociedad que hoy -huérfanos de un liderazgo político definido- se disponen a enfrentar tiempos turbulentos en los que esperan que el estado se pare junto a sus necesidades. Y que siguen siendo reacios a bajar la cabeza ante las exigencias «K» de sumisión a cambio de asistencia.

Pasada la emergencia, chocada la realidad contra la desocupación y la caída económica y al frente de un conglomerado que sigue enojado con el gobierno nacional y mucho más con el de la provincia. Guillermo Montenegro no tiene otro camino que no sea el de hacer política en serio, comenzar a armar su propia historia y aprovechar la oportunidad que la crisis le dio para acercarse al conocimiento de los marplatenses.

Probar, un año después, que el traje no le queda grande…