Katmandú no da abasto para incinerar a sus muertos y temen plagas

El humo de las piras funerarias rodea el templo de Prashupatinath, en las afueras de Katmandú. Sus sacerdotes ofician una veintena de ritos mortuorios al día y no dan abasto.

El terremoto del sábado que ha dejado más de 6.000 muertos ha multiplicado esta cifra, hasta el punto de que ya han perdido la cuenta. Apenas terminada una cremación, las cenizas se entregan rápidamente al río Bagmati. Hay otro cuerpo esperando.

En una hora se han acumulado una decena de cadáveres. Uno de ellos es el de Suklal Bika, de 19 años, que deja una viuda de 18 años, Bimala, una hija de 11 meses y otro bebé en camino. Había acudido a pedir empleo a un hostal cuando el terremoto derrumbó el edificio y quedó sepultado. Un equipo de militares nepalíes recuperó su cuerpo cerca de la estación de autobuses de Gongabu. Por falta de identificación, permaneció en la morgue durante tres días hasta que un soldado activó el teléfono del muchacho y contactó con su familia.

Sus familiares han cubierto el cuerpo del joven con un sudario, que transportan en una camilla. Primero han purificado el cadáver en el río, lavándolo con unas gotas de agua en la cara y en los pies. Lo han cubierto de caléndulas e incienso antes de colocarlo cuidadosamente en la pira funeraria, de varias capas de leños ordenadas de manera rectangular. Sus allegados, aleccionados por el sacerdote, cumplen el rito: cinco vueltas en el sentido de las agujas del reloj, una por cada elemento del universo: tierra, aire, agua, fuego y cielo.

Uno de sus sobrinos es el encargado de cumplir el rito definitivo, prender el fuego que enviará el alma de su familiar a los cielos y permitirá su reencarnación. Cuando las llamas comienzan a arder, el sacerdote alimenta la pira con paja y maderos. En aproximadamente una hora, el cuerpo se habrá convertido en cenizas, que el sacerdote arrojará al río para que se reintegren en el ciclo de la vida. Tras lavar la plataforma, es el turno de otro.

El servicio no es gratuito. Los sacerdotes pueden cobrar cerca de 1.000 rupias nepalíes, o unos nueve euros. Hay que pagar la leña, y el uso de la plataforma. También a aquellos que llevan el cuerpo hasta la pira. El servicio completo puede costar cerca de 5.000 rupias. Es una suma muy alta para Bimala Bika, la joven viuda, a la que espera un futuro incierto. “No tiene educación formal. Si fuera un hombre, podría emigrar a Qatar o a Dubai, a los países del Golfo. Pero como mujer no tiene esa posibilidad. Quizás pueda colocarse de trabajadora en alguna granja”, afirma Khum Raj Bika, de 30 años y tío de la mujer.