LA ARGENTINA DE CISNEROS A KICILLOF

El presente argentino, escondido momentáneamente tras el telón de la pandemia,  estaría mostrando que aquellos que dicen que aquel 25 de mayo ganó el pueblo no entienden este presente en el que los intereses y la guerra de facciones sigue marcando la realidad política argentina.

«El pueblo quiere saber de que se trata» gritaba la no muy extendida muchedumbre que a las puertas del cabildo comenzaba a sospechar que lo que allí se cocinaba no representaba el espíritu libertario que la había llevado a sus puertas.

Y no se equivocaba demasiado; solo la flamígera intervención de Castelli y la forzada firmeza de Saavedra -condicionado por su propio regimiento que prefería el golpe de mano a la discusión interesada entre sectores- pudo alumbrar una salida que se bautizó como Primera Junta de Gobierno Patrio, en un rapto de optimismo que los años venideros pondrían en controversia.

No vale ahora detenernos en cada una de las estaciones de la decadencia argentina, que no fueron pocas, ni en agotadoras cavilaciones acerca de los porqué, los como y los cuando que la jalonaron. Basta con pararnos en este presente que nos encuentra rehenes de una clase política tan endogámica y centrada en sus propios intereses como aquella casta española que los hombres de mayo quisieron erradicar del poder para dar paso a un país soberano, emancipado de cualquier tutela y al servicio de sus pobladores.

¿Qué diferencia existe entre la forma de gobernar de Baltasar Hidalgo de Cisneros y sus laderos -comerciantes y leguleyos que solo atendían los intereses de la metrópoli vaciada de legitimidad por la caída de la corona- y esta clase política vernácula compuesta por dirigentes ávidos de enriquecerse y mantenerse en el poder aunque ello sea sobre la miseria y la angustia de todos los ciudadanos?.

¿Algo ha cambiado desde aquella resistencia del virrey y la casta gobernante a abandonar sus privilegios con la que actualmente busca acomodarse bajo algún sol que caliente su avaricia sin hesitar en convertir en bueno lo que ayer criticaba como perjudicial a «los supremos intereses del pueblo»?.

En 1810 apenas se consiguió desplazar los intereses monopólicos españoles para consagrar durante más de un siglo los que respondían a la corona británica. Y con esa inmediatez triunfalista que acompaña nuestro ADN desde el mismo instante en el que nacimos como nación, llegamos a creer que aquellos días nos depositaban en el ejercicio de la plena soberanía.

Sin embargo los meses siguientes ya demostraron que la predicción de Cisneros en su carta del 22 de junio al Consejo de Regencia no estaba equivocada en su juicio: en ella el depuesto funcionario anunciaba una guerra de facciones que harían imposible un gobierno unido y un objetivo único.

En buen romance…se iniciaban las internas que jalonaron hasta nuestros días la historia del país.

Hoy, 210 años después nada ha cambiado. Las ambiciones, los intereses sectoriales y personales, el pueblo queriendo saber sin obtener jamás otra respuesta que la mentira y la demagogia, la falta de un criterio común acerca de los objetivos y las peleas intestinas por conseguir levantarse con el poder siguen siendo la constante de una nación que aún no atina a caminar la verdadera y responsable libertad.

Aunque esta fecha nos encuentre enfrascados en la pelea contra un enemigo invisible que ya no busca colonizar nuestro territorio y apropiarse de nuestra economía sino que va por la salud pública y…¿la libertad de todos nosotros?.

La gris imagen del gobernador de la provincia de Buenos Aires forzando un enfrentamiento con Horacio Rodríguez Larreta y desautorizando el mensaje conciliador del propio presidente -casi en un remedo de las peleas intestinas en aquella Primera Junta en la que nadie estaba dispuesto a conciliar con el otro- sirvieron para comprender que la desunión sigue entre nosotros y condicionará siempre cualquier intento de unidad.

Casi reconociendo la razón de Cisneros y sus predicciones…