Redacción – Balcones, mamposterías, caca de palomas y ahora antenas de telefonía. Todo puede caer del cielo en una Mar del Plata en la que el control está ausente en todos los planos.
Periódicamente nos anoticiamos de balcones o trozos de mampostería que caen desde los edificios y más de una vez se han cobrado la vida de distraídos paseantes que no pueden siquiera sospechar que desde el cielo caerá semejante amenaza. Y cada vez que ocurre recordamos la falta de control sobre el estado de las construcciones, la vejestud de las mismas y la ausencia del estado a la hora de garantizar la seguridad de los marplatenses…
Caminar por las sucias calles locales y recibir desde las alturas recibiremos «el regalito» de alguna paloma que distraídamente deposita en nuestra cabeza o ropa sus desagradables -y por cierto altamente contaminantes- excrementos ya se ha convertido en algo incorporado a la vida citadina. Y cada vez que esto ocurre imprecamos a todos los santos sin entender que el estado municipal no realice campaña alguna para terminar con una plaga que comienza a convertirse en una peligrosa limitación para la calidad de vida de los vecinos de Mar del Plata.
Y ahora, para completar ese variopinto bombardeo celestial al que estamos condenados, una pesada antena de telefonía celular cae desde un edificio ubicado en la zona de Alem y solo por milagro no nos obligó a lamentar una nueva tragedia. Parece que mientras continúa el debate acerca de los riesgos cancerígenos de este tipo de elemento y al mismo tiempo que algunos ganan unos buenos pesos con la instalación de un instrumento que se supone servirá para mejorar las condiciones de la horrible conectividad celular a la que estamos condenados los habitantes de este país bananero, nadie se tomó el trabajo de controlar el estado de la instalación que, a juzgar por los resultados, debía ser deplorable.
Y así, mientras nuestra dirigencia política se pelea en busca de solucionar la cuadratura del círculo y los organismos de la democracia se llenan de voces infatuadas que peroran sobre los temas más dispares, nadie se preocupa por las cosas cotidianas para las que le pagamos pingües salarios con la única intención de que mejoren nuestra calidad de vida.
Y los marplatenses deberemos caminar mirando al cielo y controlando que nada más caiga sobre nuestras cabezas a las que aparentemente deberemos orlar con un casco de guerra.
La ciudad que mira al mar se convierte en la que otea, desconfiada, el inmenso firmamento a la espera de un nuevo meteorito.