La diminuta casa sobre el Arroyo en la que vive una multitud

Por Adrián FreijoEl gobierno de una ciudad del volumen de Mar del Plata se ha convertido en una cuestión endogámica en la que solo importa lo que a al intendente y a los suyos les pasa.

Carlos Arroyo encaró a la prensa y, munido de un hato de papeles en los que figuraban trámites realizados por él en ese día miércoles de la retención de tareas de los municipales, en el que Antonio Gilardi lo había «felicitado» por adherir a la medida y no ir a trabajar, pretendió que todo era una mentira y que él estaba dinámicamente al frente de los problemas de la ciudad.

Lástima que ninguna de las actividades allí ¿descriptas? pueden ser probadas de otra forma que no sea consultando con sus propios colaboradores.

Pero este no es el tema. La cuestión es mucho más seria y solo una sociedad desentendida de lo que hacen aquellos de los que nada espera, puede omitir tomar nota de un realidad constante y profunda: hace más de un año que el jefe comunal solo habla de sus cosas, las justifica, las anuncia, las barrunta…y las cobra.

Todo en Arroyo es Arroyo. Su familia, sus amigos, los «casi hijos» que «estrolan» camionetas públicas en viajes privados, sus afectos de la etapa escolar a los que pone a cargo de una educación comunal que ni entienden ni tienen interés en resolver, sus amigas útiles para nada a las que le regala delegaciones municipales y cuando las chocan reciben el premio de quedar al frente a ese valor tradicional de la organización social comunitaria que son las entidades vecinales. Y las renuncias, y los escándalos, y los/las funcionarias que solo cobran y nada hacen.

Hace más de un año que no hablamos de planes -salvo los «secretos» y los que nos llevan a épicos desembarcos que remedan los ocurridos hace 75 años- ni de futuro, ni de inversiones, ni de modernidad, ni de nada.

Ni siquiera del pasado, ya que para el aniversario de la ciudad el intendente debió esconderse de la gente y limitarse a micro expresiones de homenaje en las que solo lo acompañaban…sus Arroyo’s Boys.

Y toda esa endogamia le cuesta a la ciudad $500.000 por mes, lo que representa $ 6 millones por año y que serán $24 millones al término del mandato de Zorro Uno. Tal vez suficiente para los habitantes de la pequeña casa sobre el Arroyo, pero demasiado para una ciudad que creyó votar un gobierno y se encontró con un culebrón berreta.

Guillermo Arroyo, el hijo pródigo, Mauricio Loria el yerno lobbista, Ana María Crovetto, la inspectora lánguida , Susana Rivero, la novia presente, la levantisca Virginia Arroyo -hija del capo familiar- y toda la larga lista de sobrinos, ahijados, entenados, allegados, favorecedores y «corre ve y dile» que componen esta ineficiente y antiestética Armada Brancaleone que ha llegado a estas tierras, se han apropiado del centro de la escena y solo se habla de sus romances berretas, sus ravioles domingueros, sus berrinches e internas y por supuesto sus copiosos ingresos.

Mar del Plata está en manos de un pequeño clan que nada aporta y cuya perinola cae siempre en el «todos toman».

¿Importa entonces si Carlos Fernando fue o no a trabajar el miércoles?