La estatua de Botero: la mujer que despierta la pasión de Carlos Arroyo

Por Adrián FreijoEl nuevo embate del intendente Arroyo en su enjundia combativa consiste en quedarse con la obra del famoso escultor que engalana el Paseo Aldrey. Cuidado con la patinada…

La historia comienza con el berrinche de Cristina Kirchner contra la monumental escultura que honraba a Cristòbal Colón erigida sobre la Avda. Leandro Alem de la ciudad de Buenos Aires. A la presidente le causaba acidez ver todas las mañanas desde los ventanales de su despacho la imagen del navegante genovés al que, en su tardía adscripción a las nuevas teorías en boga, acusaba de ser parte de una avanzada imperialista que se había instalado en el continente con el único objetivo de entorpecer su revolucionaria gestión.

Para derrotar al colonialismo a Cristina le pareció oportuno cambiar aquella obra de arte, construida por un próspero inmigrante italiano, Antonio Devoto, como obsequio de la colectividad de ese país a la República Argentina en el Centenario de la Revolución de Mayo, por una de Juana Azurduy que fue inaugurado el 15 de julio de 2015, por los presidentes de Argentina, y Evo Morales, de Bolivia, siendo este último quien dispuso la donación por parte del estado boliviano de un millón de dólares para su construcción.

Y que hoy languidece en el deterioro propio de una obra berreta que fue maliciosamente construida por quienes eran los encargados de esculpirla y los funcionarios asignados para controlar el proyecto. Pero esa es otra historia…​

No sabiendo que hacer con los restos despanzurrados del Gran Almirante, Cristina se comunicó con el entonces intendente de nuestra ciudad Gustavo Pulti al que le comunicó escuetamente un «te mando a Colón» sin especificar siquiera si vendría cómodamente sentado en Costera Criolla, navegando las aguas del Atlántico con escala en Chascomús o, como parte de la tirria presidencial, caminando por la Ruta 2.

¿Qué hacer con Cristóbal?, se preguntaba el jefe comunal, ¿dónde meto semejante mamotreto?, ¿qué explicación puedo encontrar para que el protagonista de lo que ya era un escándalo terminara con sus huesos en nuestra ciudad?.

Pero la respuesta apareció en forma de proyecto. Aprovechando la similitud de la franja costera, que comienza en la Plaza Colón y se estira hasta la Avda. Luro, con el mapa de América del Sur se pensó en una intervención artístico-arquitectónica que consistiría en levantar al exiliado en la plaza del mismo nombre, ubicar en la Plaza del Milenio una obra que representase lo mejor del arte latinoamericano y dejar para el extremo norte una estatua que rescatara a los libertadores, para lo que se convocó a un concurso nacional e internacional de escultores.

Es entonces que aparece la posibilidad de que la obra a colocar en el medio de este desarrollo fuese una del artista colombiano Fernando Botero, seguramente el más reconocido escultor vivo de nuestros días. Tras reunirse con él, Pulti se abocó a la tarea de conseguir aportes privados para costear el precio de casi un millón de dólares que «La Dama Reclinada» -tal el nombre de la elegida- representaba. La única condición era que ello no le costara un peso al municipio…

Tras la negativa de varios empresarios locales fue Florencio Aldrey quien resolvió que su nave insignia, «Editorial La Capital S.A», donase a Mar del Plata la fenomenal obra de arte. Lo que se plasmó en la ordenanza 21.551 de noviembre de 2013.

Pero como el proyecto nunca se llevó a cabo y la donación era con destino a su ubicación en una plaza, el empresario -y original dueño de una obra que el municipio no utilizó para el fin con el que fue donada- solicitó que fuera emplazada en la plaza seca que separa el «Centro Cultural Vieja Estación Sur» del «Paseo Aldrey».

Hasta aquí una historia que nada tiene de sorprendente: un fuerte empresariol dona al estado una obra de arte con un fin determinado y, al no cumplirse con la manda de la cesión, recupera o redirige su aporte hacia otro destino. Cuestiones como esta ocurren y han ocurrido por centenares y el final de la historia nunca genera conflicto porque las donaciones con destino fijo  cumplen con tal fin o quedan sin efecto.

Aunque en este caso el objetivo se haya cumplido al menos conceptualmente ya que la disputada dama descansa al fin en un paseo público, tal cual decía la documentación respaldatoria de la cesión por parte de Aldrey.

Pero Carlos Fernando Arroyo quiere poseerla. Con la pasión propia de los enamorados va por ella aunque sepa que, una vez más, su pretensión jurídica tiene nulas posibilidades de prosperar. En su afán de contender con el conglomerado empresario que representa el grupo donante, el intendente se dispone ahora a firmar un decreto para llevarse la contundente figura hacia otros destinos en los que pueda acariciarla con la pasión del triunfador.

Saben sus asesores que lo impulsan a una decisión contraria a derecho y que por lo demás servirá para que la comunidad conozca una historia en la que los pretendidos mezquinos aparecen aportando una fortuna para enriquecer el patrimonio cultural de la ciudad y los autodenominados «justicieros» siguen avasallando derechos sin siquiera atender el ordenamiento legal del país ni mucho menos el sentido común.

¿Es la idea de Arroyo avanzar en aquel proyecto de construir un frente artístico que honre a América Latina, aunque ahora Colón ya no tenga como destino nuestra ciudad?. ¿O depositar la «Dama Reclinada» en el jardín de su casa para sentir la alegre desmesura de mirarla cada mañana en su voluptuosa desnudez desde la ventana de su habitación?.

Aunque el exótico amorío deba pagarlo, una vez más, el pueblo de Mar del Plata….