Todo el país conoció a Alejandro Cordero por ser el impulsor del lanzamiento de un picosatélite al espacio, pero pocos saben su verdadera historia.
Sus orígenes humildes y el cruel destrato de su padre no le impidieron forjar un camino gracias a su obsesión por estudiar.
Cuando terminó la secundaria, su papá le dijo una frase que lo golpeó: «Trabajás o te vas». Entre las opciones que su estricto padre le presentó, no existía la chance de seguir estudiando. El joven Héctor Alejandro (llamado por todos por su segundo nombre para diferenciarlo de su progenitor) soñaba con una formación académica, pero no se quería ir de su casa. Viajar todos los días desde José C. Paz para estudiar iba a ser difícil. Y ante la encrucijada, optó por ir a trabajar.
Arrancó barriendo los pisos de Pepsico, la empresa de bebidas y alimentos donde trabajó durante 11 años. Hoy, como fundador de Innova Space es uno de los responsables de que por primera vez se haya podido desarrollar, diseñar y ensamblar un satélite con menos de 200.000 dólares en una industria en la que, por ejemplo, una compañía en Estados Unidos necesitó 4 millones y medio.
«Mi padre era un hombre muy duro, muy malo. Suena feo, pero es así. Me decía: ‘vos sos un inútil, no servís para nada´. Por eso les digo a los chicos que cuando escuchen eso de cualquier persona que no se queden con esa porquería. Eso te daña el corazón. A mí me sigue marcando porque quiero demostrar todo el tiempo que no es así», reconoce Cordero al evocar la relación con su papá.
«Se separó de mi mamá hace 12 años y nunca más lo ví. Es algo que él decidió y que me duele. Sigue vivo, obviamente. Mis hermanos no quieren saber nada, pero yo estoy abierto. El que juzga es el que está allá arriba. Trabajó más de 40 años en una fábrica y se jubiló ahí. Tenía segundo grado nada más. Apenas sabía escribir. Yo no quería eso«, dice Alejandro sobre la falta de acceso a la educación de su padre.
Tampoco tuvo contacto con él después de su alta exposición mediática por el lanzamiento del satélite. Dolido por esa herida abierta, el profesor de escuela pública prefiere tener una mirada más contemplativa. «Nuestra vida no fue fácil. Éramos tres hermanos. Nunca pasamos hambre. Nosotros comíamos, pero mi mamá y mi papá capaz que no. Los veía tomar mate cocido a la noche. Agradezco el esfuerzo que hicieron por más que humanamente hayan cometido errores. Nuestros caminos volverán a cruzarse, pero es algo que me queda pendiente todavía», desliza al borde de las lágrimas.
En el mismo sentido, señala que «lo más importante es que yo pude salir adelante, y que mis hijos también van a ser buenos padres, dándoles una buena enseñanza. No hay que olvidarse de los padres. Está mi mujer que es mi gran pilar y mi único eje, pero también está mi madre que me dio esta filosofía de vida y mi padre que me enseñó algunas cosas. Estoy agradecido por lo bueno y por lo malo«.
Y aclara: «No es que demostré que no soy un inutil. No tiene que ver con la utilidad o la inutilidad. La enseñanza es que hay que ser un buen ser humano. También podría haber sido cualquier otra cosa en ese barrio. Me crié en un lugar donde el 90% de mis amigos eran ladrones o narcotraficantes. Y jugábamos a la pelota juntos».
Pero en el entorno de Alejandro apareció una figura clave, un pariente lejano de la familia que se convirtió en su padrino y que fue la primera persona que le vio potencial y lo alentó a ser alguien en la vida. «Me llevaba a su casa y me decía que tenía que estudiar. Era electricista y me enseñaba mucho. Me hablaba del valor de los próceres, los que dieron todo por nosotros. Yo pasaba todos los veranos en su casa en Santa Paula, a tres barrios de mi casa. Esas eran mis vacaciones. Agarraba la bici y me iba. Había una biblioteca gigante y me sentaba a leer los mismos libros todos los veranos«, recuerda.
«Mi padrino también era una persona no demostrativa pero me dio mucho. Me cobijaba dándome aliento. A todo el mundo le decía: ´Este es mi ahijado, está estudiando electrónica, sabe hacer un montón de cosas. Es un genio´. Cada vez que me presentaba decía eso», rememora Alejandro mientras recupera su sonrisa.
Después de muchos años de vaivenes, éxitos y fracasos, el devenir de la realidad argentina, las ganas de emigrar y un hecho traumático que derivó en su mudanza a Mar del Plata para refugiarse en su rol de docente en la escuela pública, Cordero logró sumar el entusiasmo de sus alumnos para hacer satélites con el apoyo de la aceleradora Neutrón para poder crear una compañía con proyección internacional. Y demostrar que un proyecto disruptivo puede cambiar la historia de un país.
La empresa que lidera en la actualidad quebró un hito en la carrera aeroespacial argentina que es cambiar el pensamiento de lo que es el espacio para el país. Al respecto, Cordero cuenta que «el gobierno destina ahora 350 millones de pesos para ampliar la carrera espacial argentina. Se lanza el plan ARSAT-3, SG1, SABIA-Mar, Tronador… Todo eso potenciado porque propusimos un cambio de paradigma. Tengo que decir orgulloso que lo que nosotros hicimos es cambiar el paradigma local de lo que es la industria aeroespacial privada«.
En diálogo con Florencia Cordero en el programa Un Lugar en el Mundo de Radio Brisas, el fundador de Innova Space develó, por primera vez, algunos detalles de su vida personal que lo convirtieron en un emprendedor apasionado con una idea fija: cambiar la historia.
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