LA FICCIÓN DE LA INCLUSIÓN SOCIAL

El gobierno que se va se lleva consigo el relato y le deja a su sucesor la realidad. Y tal vez en ello radique el más grave de los problemas que aquejarán en el corto plazo a la Argentina inmoral.

Todos sabemos que la mentada «inclusión social» es una mentira más de las tantas que han jalonado el tiempo, hoy en momentáneo ocaso, del kirchnerismo. No existe, nunca existió y solo fue un slogan de costo multimillonario para sostener una ficción de paz social que nunca pasó de eso.

Tan solo en la provincia de Buenos Aires -el nudo gordiano de todos los problemas que generan tumulto-  funcionan 110 programas distintos, 58 a nivel Nacional y 52 a nivel Provincial, con más de 22 millones de beneficiarios (una persona puede ser beneficiario de varios planes), aunque se calcula que 8 millones de bonaerenses viven de algún plan estatal.

Basta con observar las condiciones de vida de las provincias del norte para entender, casi en grado de caricatura, de que se trata «el negocio de fabricar pobres».

El total de la Argentina aparece escalofriante: 16 millones de personas tienen como sostén de vida una dádiva del estado.

Si algo falta para entender -mal que les pese a los fanáticos, a los interesados y a los perversos que prefieren interpretar esta realidad como una «revolución»– que todo es un relato malintencionado el un dato que habla por si solo: durante los doce años de kirchnerismo no hubo uno solo en el que la cantidad de beneficiarios no creciese. En buen romance, el modelo expulsó cada período a más personas y por consiguiente no incluyó a nadie, o en todo caso…¿si el país anduvo tan bien porqué cada año más planes?

Aterrador, inmoral. Pero sobre todo demostrativo del grado de penetración cultural que ha tenido un proceso que, sin exagerar demasiado, podría definirse como de lavado de cerebro. Quienes  penan por unos pocos pesos mensuales fueron convencidos de que en ello hay inclusión y posibilidades de futuro.

Pero Cristina sabe y pretende que esos millones de sumergidos se conviertan en el ejército que la devuelva al poder cuanto antes. Espera que una gobierno al que le deja tierra arrasada no pueda cumplir con todos y que, aún haciéndolo desde lo formal, la inflación vaya comiéndose los «beneficios» y generando convulsión social.

La presidente saliente ha hecho algo que era impensado aún en momentos duros de la Patria: ha cambiado la conformación socio-cultural de la Argentina y la ha convertido en un país sin educación, sin futuro, sin trabajo y sin margen de acción. Destruyendo las bases de sustentación del peronismo -ese movimiento que odia sin tapujos y del que abomina sin pudor alguno- logró que la movilidad social ascendente se convierta en mendicidad permanente.

Gigante tarea para quien llega. No solo deberá contener a millones de argentinos indefensos, dominados y sin preparación alguna sino que deberá llevarlos poco a poco al camino de la producción, el trabajo y la ambición de un futuro mejor y propio.

Sabiendo además que la madre de la decadencia espera allá en el sur cualquier traspié para volver a culminar su obra malhadada.

Para la que cuenta con más materia prima en las sombras que armas tenemos los que queremos vivir en la luz.

Y ese ha sido su triunfo…