La aparición de una bandera de Montoneros sobre la fachada del Cabildo, aún aceptando su carácter de patética nostalgia, nos obliga a reflexionar sobre la Argentina de la noria inagotable.
¿Cuántas sociedades mundiales pueden darse el gusto de volver una y otra vez sobre sus pasos para discutir el pasado con la misma vehemencia con que se encaran los disensos del presente?.
¿Cuánto hace que Japón conmemora Hiroshima pero no se regodea en discutir lo ocurrido en aquellos años?, ¿o tal vez ocupan su tiempo en conquistar al mundo desde sus cada vez más internacionales industrias tecnológica y automotriz?
¿Ve usted a los alemanes enfervorizados por resolver el nazismo?, ¿o tal vez más abocados a los temas de este presente que los encuentra como la principal potencia europea y la tercera economía del mundo?,
¿Es Chile un hervidero de gritos a favor o en contra de Pinochet, o es un país que ha logrado un grado de desarrollo empresario y social que le permite mantener la estabilidad de su moneda y un promedio de crecimiento del PBI que se mantiene constante pese a las crisis regionales?.
Todos miran hacia adelante. Todos, menos nosotros…
¿Es grave la aparición de una bandera de Montoneros colgando del Cabildo de Buenos Aires durante los actos conmemorativos del 24 de marzo de 1976?. Ciertamente no; ninguno de los protagonistas de aquellos años está hoy en condiciones de empuñar otro arma que no sea la del amañado recuerdo que reinterpreta la verdadera historia, y los jóvenes no creen que en la violencia armada vayan a encontrar salida para sus muchos problemas.
Pero es triste ver otra vez a miles de argentinos festejando la muerte, cantando consignas tan arcaicas como violentas, demostrando sin pudor alguno su disposición a reabrir las heridas cada vez que estas amaguen cicatrizar.
Una plaza con los mismos símbolos y las mismas consignas de cuatro décadas atrás es, se enoje quien se enoje, una plaza triste y un canto al fracaso y la desmemoria.
Una bandera de Montoneros, organización violenta y filo militar que llevó a la muerte a miles de jóvenes que, equivocados o no, soñaban con un país distinto, es un canto a la falta de justicia que aún lacera nuestra historia.
Aunque en la visión fanática de los constructores del fracaso, se la titule Por la Memoria y la Justicia.