LA HISTORIA NOS HABLA DE AJUSTES, MIEDOS Y LA GENTE

Tal vez el principal fantasma que se agita desde el gobierno para desalentar un voto opositor sea el del ajuste. Sin embargo la historia parece indicar otra cosa.

Alfonsín se negó durante todo su gobierno a realizar el ajuste que la economía le pedía. Temía que la gente le quitara el apoyo, y ni siquiera cuando la necesidad lo impulsó al Plan Austral aceptó ir hasta el hueso.

Y fue la gente, aquella a la que tanto temía, la que en 1987 le dió la espalda y en 1989 lo eyectó del poder.

Menem inició su tiempo bajo el mismo signo del miedo. Apenas un año después, y cuando su capital político declinaba peligrosamente, puso en manos de Domingo Cavallo un ajuste que no tan sólo fue brutal sino que además debió absorber lo que su antecesor no se había animado a hacer y sumarle otra hiperinflación durante su mandato que sólo pudo frenar con el Pan Bonex, antecesor del corralito que llegaría con su sucesor.

El riojano reaccionó a tiempo y fue esa misma gente tan temida la que acompañaría con un consenso sin precedentes una convertibilidad a la que apoyó aún cuando en 1998 ya boqueaba sus últimos estertores.

De la Rúa ganó las elecciones enancado en la promesa de continuar con la convertibilidad. Transitó todas las tibiezas posibles -hasta la tablita de Machinea lo fue ante la magnitud de la presión acumulada en los últimos dos años- hasta que la explosión llegó junto con un Cavallo que debió tomar decisiones dramáticas, de esas que se intentan vanamente frente a un moribundo.

Y la gente, ese inasible al que todos temen, lo sacó a patadas de la casa de gobierno.

Queda claro entonces que no es el ajuste el que enoja a los argentinos sino y por el contrario el desajuste. Toda medida que se tome para equilibrar será acompañada y toda la que lleve al desastre será rechazada.

No hay que temer tanto a una serie de decisiones que serán inevitables y por el contrario ir pensando la red de contención para que el efecto no sea tan depredador como siempre lo fue cuando se esperó de brazos cruzados, o con ensoñaciones propias, el estallido.

¿La gente va a pedir seguir con un 30% de inflación?, ¿va a aceptar como destino definitivo que 17 millones de personas deban hoy vivir del estado?, ¿quiere un país aislado del mundo a la espera de volver a perder las olas de crecimiento que puedan llegar como lo hizo con la gigantesca de la primera década de este siglo?.

El que vive la Argentina es un escenario que tiene dos decorados posibles: un nuevo estallido o la decadencia como destino.

¿A qué tenerle miedo entonces?. Habrá que hacer lo que haya que hacer; y si a la gente le sirve, la gente acompañará.

Que la historia demuestra claramente que sus momentos suelen no ser los mismos de la especulación política.