La despedida a Diego Armando Maradona y todo lo que rodeó el final de su vida se convirtió en un ejemplo acabado de una Argentina que ya no puede hacer nada correctamente.
Para que Marcelo Tinelli y Chiqui Tapia pudiesen cerrar sus negocios publicitarios con la presencia del ídolo en la apertura de la Copa de la Liga Profesional de Fútbol, y pese al estado deplorable de quien fuera el jugador más grande de la historia del fútbol argentino y el pedido de sus médicos y las hijas, Diego fue arrastrado al estadio «Juan Carmelo Zerillo» de La Plata para dar el último y ultrajante espectáculo de alguien que se acercaba al final más triste. GANÓ LA INEFICIENCIA.
Tras su operación e internación todos los médicos que atendieron a Diego Armando Maradona coincidieron en que era necesario mantenerlo en un centro preparado especialmente para lograr una recuperación que se hacía imprescindible. No pudieron lograrlo y el paciente y su entorno resolvieron trasladarse a un sitio cuya única exigencia fue que no quedara demasiado lejos de la casa de sus hijas «para poder controlarlo». GANÓ LA INEFICIENCIA…
Una vez en su nuevo hogar Maradona quedó librado al capricho de sus custodios-carceleros que dispusieron quienes podían visitarlo y quien no, los horarios de sus comidas y la administración de los medicamentos prescriptos. La falta de claridad de lo ocurrido en sus últimas horas y la declaración judicial del último enfermero encargado de cuidarlo que afirma que entró a la habitación a la mañana temprano para administrarle los medicamentos que estaban prescriptos «pero como lo vio descansando prefirió dejarlo dormir» es prueba suficiente de la falta de profesionalismo con el que era tratado un paciente en un estado tan delicado como el que tenía Diego. GANÓ LA INEFICIENCIA.
Pedida la asistencia médica ante la urgencia pasó casi una hora para que llegase la primera ambulancia (esto es lo que figura en el expediente judicial aunque la enfermera que lo atendía aseguró que fue antes de media hora). En los minutos siguientes arribaron cinco más. GANÓ LA INEFICIENCIA.
En la corta estadía del cuerpo de Diego en la casa funeraria su cuerpo estuvo a expensas de tres imbéciles que se fotografiaron junto al ataúd con cara de fanático que sorprende a su ídolo con una selfie a la salida de un estadio. Uno de los diez hombres más conocidos del planeta estaba siendo acondicionado para su velatorio y no había a su lado nadie para proteger sus restos. GANÓ LA INEFICIENCIA.
Quienes organizaron su sepelio en la Casa Rosada no fueron siquiera capaces de coordinar con los familiares la cantidad de horas en las que el ataúd sería expuesto, el volumen de la multitud que se acercaría a dar el último adiós y ni siquiera prevenir la presencia de los violentos que suelen adueñarse de todo lo que tenga que ver con el fútbol argentino. Los desmanes del final y las torpes justificaciones del propio presidente y sus funcionarios, nos eximen de cualquier comentario. GANÓ LA INEFICIENCIA.
Su hasta el cortejo que se dirigía al cementerio de Vicente López se equivocó de bajada y siguió de largo con los restos de Diego, debiendo realizar una azarosa maniobra para recuperar la ruta, en una forma indisimulada de mostrar que la ineficiencia estaría presente hasta el último momento.
Aceptémoslo…los argentinos hoy no estamos en condiciones de organizar nada sin que se convierta en un estruendoso fracaso. Ni siquiera un velorio que, por lo excepcional, era totalmente previsible.
Eso sí…sigamos insistiendo que el mérito no sirve para nada, ¿Qué mejor que hacer todo a la buena de Dios y esperar que el destino se haga cargo de las cosas?.
Algo tan distante de aquella eficiencia letal que Diego tenía dentro de una cancha, convirtiendo en arte su trabajo y no aceptando otro resultado que no fuese la victoria lograda con esfuerzo, talento y perfección.
Allí donde la ineficiencia te manda al descenso…