Otra vez el terror y cada vez más presente el miedo. La insuficiente reacción de Occidente frente a la locura terrorista nos coloca una y otra vez frente a una situación que ya exige otras soluciones.
«En estos casos, donde hay una agresión injusta, sólo puedo decir que es lícito detener al agresor injusto. Subrayo el verbo ‘detener’. No estoy diciendo ‘bombardear’ ni ‘hacer la guerra’, sólo ‘detener’. Deben evaluarse los medios que se pueden utilizar para evitar esto». No fue un político, no fue un gobernante ni fue un experto en seguridad: fue el papa Francisco quien así se expresó sobre un flagelo que hoy vuelve a tomar el centro de la escena.
«Una nación por sí sola no puede juzgar la forma de detener esto ¿Cómo se detiene a un agresor injusto?», agregó. «Después de la Segunda Guerra Mundial, vino la idea de Naciones Unidas: Es ahí donde debe discutirse si hay una agresión injusta. Así lo parece ¿Cómo debemos detenerla? Sólo esto. Nada más».
Tal vez el pontífice trató con estas palabras, que fueron discutidas por los falsos cultores de los derechos humanos que suponen que la civilización debe quedar inerte frente a la barbarie sin siquiera levantar la voz, es que Occidente no puede seguir pecando de ingenuidad frente a una guerra fundamentalista que además está planteada desde el fondo de la historia.
Ese Occidente que se dio el lujo de denigrar a las Cruzadas que terminaron con 400 años de dominio musulmán en Europa, pretendiendo que los métodos utilizados por los cristianos para terminar con las decapitaciones, el secuestro y violación de las mujeres de todo el continente, la destrucción de lugares sagrados y la ejecución de clérigos y fieles que no aceptaban abjurar de su fe eran violaciones a los derechos…¿de quién?.
Como después se permitió confiar en la buena fe de Hitler o creer en los acuerdos con Stalin. O como creyó que la división de Corea o la de Vietnam serían suficientes para frenar la avanzada del comunismo.
Un Occidente que se cansó de ganar guerras y perder paces…
Esa ingenuidad debe terminar. No hay diálogo posible con quien llama a quien profesa otra fe «infiel».
No lo hay con quienes siguen creyendo que los estados confesionales están por encima de quienes aceptan la libertad de culto.
Y nunca lo habrá con quienes pretenden un mensaje único, una creencia única y una vida decidida desde los organismos del estado o religiosos y no desde el libre albedrío de las personas con la única limitación de respetar la ley y al semejante.
La comunidad de las naciones, tal cual lo dice Francisco, debe reunirse urgentemente y replantear las reglas de juego mundiales.
Basta de violencia y basta de contemplaciones con los violentos.
Si los estados mayoritariamente musulmanes no demuestran la voluntad concreta de combatir al terrorismo, estarán en guerra con el mundo libre.
Y esa guerra deberá llevarse adelante sin dudas y contemplaciones, para evitar que un falso respeto a la libertad religiosa se convierta en un seguro extermino de media humanidad.
Esa media humanidad que jamás le declaró guerra alguna al Islam pero que ya padece una segunda ola de fanatismo en el nombre de Alá.
Es frenarlos o morir. A buen entendedor, pocas palabras.