La Liga y la AFA: la pelota al fin se manchó

RedacciónLos estatutos y argumentos leguleyos impiden postergar 24 hs. el partido de primera, pero esas mismas leyes autorizan hacerlo «sine die» con el de reserva. La burda máscara de la locura.

La Liga Profesional de Fútbol, ese invento para «legalizar» que el más popular de los deportes deje de pertenecer a los clubes, a la AFA y a la gente para pasar a manos de un grupo de dirigentes y sociedades comerciales, acaba de quedar en evidencia en toda su podredumbre de la mano de una resolución en lo que lo absurdo se da la mano con las miserias personales y la competitividad tramposa de quienes, acostumbrados a los codazos y trapisondas con los que en la Argentina hay que ingresar al cada vez más estrecho mundo de los «ganadores», agrega a sus actos la nueva y exitosa modalidad que desde el vértice más alto de la sociedad se ha impuesto para justificar cualquier desmesura que sirva para justificar el abandono de la ética en pos de los beneficios: el relato.

Vaya si sabremos de esto los argentinos. Una novela ajada y putrefacta que, en boca de los mismos villanos que la protagonizan, coloca en cabeza del enemigo más reciente y derrotado los resultados catastróficos de décadas de desgobierno y corrupción. La culpa de la pobreza creciente, de la marginalidad, del aislamiento mundial y de la decadencia incontenible siempre es del que se fue ayer, aunque quien levante el dedo acusador haya sido gobierno y responsable de un tobogán en caída libre desde hace más de medio siglo.

La muerte de Julio Grondona, creador de complicidades y entramados que lo sostenían desde el poder de la república hasta con el de las barras bravas con su carga de violencia mafiosa, disparó luchas desbocadas para quedarse con la herencia que el mandamás de la AFA dejaba tras de sí.

Y en esa lucha aparecieron personajes ambiciosos, representantes comerciales, dirigentes avivados de instituciones sin anclaje ni desarrollo a pesar de contar con más de un siglo de historia y sobre todo aspirantes al manejo del poder que siempre da el fútbol, enquistado en la sociedad argentina como el fenómeno popular de mayores dimensiones que pueda existir.

Pero ha tenido tal magnitud la lucha de los mediocres por el poder que, tras aquella patibularia asamblea del 37-37, la guerra se concentra ahora en lograr trozos del negocio, loteando al fútbol, su historia y su representatividad para que algunos logren algo y otros se queden con las migajas.

Unos tendrán la televisión, otros manejarán el oscuro mundo de los árbitros, habrá quien articule con la miseria de las barras, los que se queden con el ascenso y los que, sin espacio en la versión local del ajado deporte, vayan a parar con sus huesos y apetencias a los organismos internacionales para seguir influyendo desde afuera y llenando sus ávidos bolsillos.

Una prestidigitación que, como diría el recordado René Lavand, «no se puede hacer más lenta».

Porque los acontecimientos vuelan, el circo sigue adelante con su función y no hay tiempo para que el torpe payaso se disfrace de etérea equilibrista o el león pueda ser confundido con el gracioso simio que revolotea en la cuerda en busca de una banana…con la cara de Jefferson impresa.

Pero claro, un día los ojos de la sociedad se posan en el basurero y descubren revolviendo entre los desperdicios a quienes pretenden fingir señoríos que no les son propios y moralinas que esconden sus espíritus diminutos y vergonzantes. Y ello suele ocurrir cuando las consecuencias de revolver basura rozan los intereses que en el fútbol tienen como vértice a Boca o a River.

Y ello no es así por mérito de sus dirigencias actuales, tibias y rastreras a la hora de imponer que los partidos se ganan en la cancha metiendo en el arco contrario más goles que los que se reciban en el propio, sino por lo que ambas instituciones supieron construir en más de un siglo de logros deportivos y desarrollo social que los colocaron en el sitial de privilegio que supieron ganarse.

Hoy Boca Juniors, despojado groseramente por la entente Brasil-CONMEBOL que se atrevió a desafiar a la pandemia universal para no perder el negocio de la Copa América y/o rescatar el viejo valor del pan y circo que Bolsonaro necesitaba para lograr una felicidad popular que al fin no fue, pidió algo que  no parece un dislate ni mucho menos: postergar 24 hs. un partido trascendental de cara a la clasificación para la próxima Copa Libertadores y que además supone la reivindicación de un deporte en el que la equivalencia de poderíos honra al triunfo mientras que la superioridad por hechos fortuitos debería avergonzar a quien se corona.

Pero no es el deporte el que está en juego. De otra manera no podría entenderse que Argentina, con el mejor jugador del mundo en su haber y con decenas de figuras fundamentales desparramadas en los equipos más importantes del planeta, sea hoy una de las ligas profesionales más anárquicas, estrafalarias y conflictivas del fútbol mundial.

Pequeñas miserias y descomunales ambiciones disparadas en su seno, así como la siempre camuflada  influencia de la política en cada una de las decisiones y actividades conexas, por criminales que estas sean, pueden siempre más aunque el límite llegue a rozar el ridículo.

Con los mismos reglamentos que se impide postergar por un solo día la realización de un partido para asegurar la equidad de sus protagonistas, se autoriza a suspender sin fecha de realización dos fechas de la división reserva del mismo club que solicita el cambio del encuentro programado un martes para el miércoles posterior.

Y no se trata de esquivar las responsabilidades que a Boca Junior pudiesen caberle por la situación sanitaria que atraviesa su plantel superior. Se trata de poner en la balanza la lógica frente a la sinrazón y la interpretación de las normas desde el espíritu que las impulsó y no desde la letra muerta.

El club del presidente de la Liga Profesional podrá ahora enfrentar a un rival disminuido y tal vez asegurarse el triunfo. Pero el deporte, como sana competencia, habrá perdido otra batalla y el mensaje a la sociedad quedará claro: acá se trata de otra cosa.

Y el fútbol, cuna de glorias y de talentos, avanzará a pasos agigantados hacia el abismo de la mediocridad y el fracaso al que una dirigencia corrupta e incapaz viene empujando a la Argentina del todo vale.

Pero…¿eso a quién le importa?.