LA MEDIOCRIDAD AL PODER

Si algo ha dejado en claro este tiempo de encierro obligado es la pobreza conceptual y operativa de la dirigencia argentina. Oficialismo y oposición parecen pelear por el podio de los errores, las torpezas y los papelones.

El presidente Alberto Fernández quisiera poder destruir todos los archivos mediáticos que existen. Y es que nadie puede soportar por mucho tiempo la prueba constante del decir un día una cosa y al siguiente otra diametralmente opuesta.

Mauricio Macri podría pedirle a Dios que nadie se enterase de su derrotero actual, groseramente despreciativo de los problemas de la gente y sus angustias. Y es que no alcanza con su minimalista forma de excusarse -¿en serio cree que viajar a Paraguay por negocios personales o irse a disfrutar de vacaciones europeas, siempre con la FIFA como telón de fondo, será suficiente para que los argentinos dejen de preguntarse que está haciendo este hombre mientras el país padece una recesión económica que él mismo disparó y espera ansioso un acuerdo con los acreedores de una deuda pública cuyo 72,6% se generó durante los dos últimos años de su gestión?- dejando a sus propios laderos ante la gigantesca tarea de explicar lo inexplicable, cuando la mayoría de ellos se enteraron del último periplo por la prensa pese a haber estado dialogando con él, vía zoom, apenas 24 hs. antes.

Cristina Fernández de Kirchner, para la que parece no existir virus ni pandemia que le mueva una sola extensión, debe soñar con que la sociedad tome su exclusivo y único esfuerzo por poner patas para arriba a Comodoro Py como un acto de patriotismo fundacional. Y que nadie tome nota de la fragilidad del argumento de la necesidad de reformular la justicia y solo ocuparse de aquella que, justamente, concentra las causas por corrupción que a ella y a los suyos afecta y que en sus sueños debería avanzar rápidamente sobre Macri y su gente. ¿Es que el fuero civil, que tarda hasta una década en resolver sus causas, o el laboral, que tiene a miles de trabajadores esperando cobrar una indemnización mientras la inflación la convierte en centavos, no son también pasibles de un urgente mejoramiento?. Parece que no; lo que resulta insólito en un país en el que aún hay más despedidos,  morosos, viviendas usurpadas y urgencias para recibir una atención sanitaria que las prepagas y obras sociales pretenden eludir que delincuentes, narcos y corruptos. Y mire que de estos últimos hay para hacer dulce…

Carlos Menem oculto en sus fueros, Fernando De la Rúa muriendo en el encierro de Villa La Rosa sin poder siquiera tomar un café en un lugar público, Amado Boudou a cobijo de su lujoso departamento convertido en todo el universo que puede recorrer. Como ayer Jorge Rafael Videla y todos y cada uno de los que creyeron, con su convicción como único sustento, que podían adueñarse de la vida y el futuro de los argentinos y terminaron sus días encerrados en sus cárceles o sus casas.

Podríamos agregar al listado a miles de legisladores -nacionales, provinciales, municipales- gobernantes, también de todas las jurisdicciones, ministros, secretarios, asesores y otras yerbas. Personas con una tarjeta que porta un escudo en relieve es lo que sobra en la Argentina. Pero más que una nota periodística necesitaríamos más tomos que la Enciclopedia Británica.

Baste con decir que todas estas actitudes -incoherencia, imposibilidad de comprender los hechos, personalismo enfermizo que empuja a creer que las instituciones del país pueden manipularse de acuerdo al propio interés y una común incapacidad para comprender la gravedad del momento y el peso de la responsabilidad voluntariamente adquirida- tienen mucho más que ver con la mediocridad que con la perversión.

No saber quien es uno es más una limitación que una muestra de maldad; no entender la magnitud de nuestros actos y nuestra palabras -con responsabilidad de gobierno y/o liderazgo la palabra se convierte en acto- es algo similar; tener nuestra nariz como límite del horizonte muestra más poquedad que pretensión.

Llegar al poder en la Argentina significa comenzar a construir un apellido que pesará en la espalda de nuestros hijos durante muchas generaciones. Consolidar al desprestigio y al repudio social como compañeros de ruta; manotear fortunas que en gran medida quedarán en manos de los abogados que, con suerte, conseguirán que podamos arrastrarnos por las sombras, lejos de la mirada pública, pero en formal libertad.

¿Es inteligente quien pretende esa vida para él y los suyos?. ¿Representa algún grado de poder tener manejo de la chequera, genuflexión de los aduladores y sueños de liderazgo frente a quienes se sientan a esperar la llegada de un nuevo amo?. Todo a cambio de la propia honra

y el dolor y la miseria ajena…¿vale la pena?.

Alberto explicando que no dijo lo que dijo, Macri cenando en lujosos restaurantes parisinos, Cristina con decenas de sobreseimientos bajo el brazo…¿genios?, ¿poderosos?, ¿líderes?.

No…mediocres…solo mediocres que han quemado su vida en la hoguera de las vanidades.

Eso si…usándonos a nosotros como leña.