Esta temporada es el ejemplo más claro del bajo nivel por el que transita la política local. Conflictos, deterioro, especulaciones propias de la peor decadencia y la necesidad de un cambio urgente.
Seguramente a la hora de encontrar culpables todas las miradas se posen en Arroyo; ese es el precio que siempre deberá pagar quien se encarama en la jefatura política de la ciudad.
Y seguramente un porcentaje muy alto del dislate local se ubica en cabeza del singular jefe comunal. Insólita fue su campaña en base a secretos y supuestos, impresentable desde el primer día su ¿forma? de ¿armar? equipo de gobierno, sorprendentes sus declaraciones -muchas veces al borde de la irracionalidad- y preocupante, en fin, la mirada que lo caracteriza acerca de las relaciones humanas e institucionales.
Es claro que ninguna ciudad de la Tierra puede ser manejada con los parámetros que utiliza para sus juicios y decisiones el jefe comunal. La política es otra cosa…porque la vida es otra cosa.
Pero también cabe una gran responsabilidad en la oposición política, que en estas tristes jornadas de enero apareció demasiado entregada a la peor especulación posible al sumir como propia la vieja y perversa tesis del «cuanto peor, mejor». Solo algunas pocas excepciones parecieron entender que lo que ocurría afectaba sobre todas las cosas a una ciudad a la que muchos dicen amar pero por la que pocos están dispuestos a dejar de lado sus intereses políticos o personales.
Es claro que para todos los sectores, aún los propios de la coalición de gobierno que se han entregado a la tarea de acorralar a Arroyo y sus pretensiones reeleccionistas, observar como ante los ojos de todo el país el inefable Zorro Uno quedaba como un inepto e incapaz conductor que no sabía hacer otra cosa que chocar la ciudad cuyo comando le fue otorgado por la ciudadanía no deja de ser un buen negocio.
Tal vez debamos ser un tanto más piadosos con los intereses sectoriales en pugna, ya que difícilmente puedan encontrar otra forma de ser escuchados que no sea el conflicto o la amenaza de llevarlo adelante. El desprecio demostrado por el gobierno nacional y el provincial por los intereses populares dejan abiertas muy pocas vías de «solución» que no sea la confrontación directa.
Pero en unos y en otros la ausencia de la política como instrumento de convivencia es demasiado contundente como para no preguntarnos si no se ha llegado al borde de un abismo institucional de tal hondura que el solo pensar en caer en él nos remite a los peores pensamientos como parte de una comunidad organizada. Sin política no hay conjunto, sin conjunto no hay sociedad y sin sociedad no hay persona humana.
Esto es así desde que el primer hombre puso un pie en este mundo y ni la tecnología, ni los tiempos ni las revoluciones podrán dar vuelta ese axioma.
Aunque Mar del Plata, en un enero olvidable, se haya empecinado en demostrar lo contrario…