La Selección más pareja de la historia volvió a cumplir: fracasó

¿Debate?, ¿qué debate?; si solo pueden recordarse frustraciones y fracasos como los que acumularon otros que pasaron por la historia amagando. ¿Decepción?, para nada; fue lo esperado.

Redacción – Nada nuevo bajo el sol; el equipo de los tibios sin alma volvió a demostrar que si tiene esperanza de protagonizar una historia de heroísmo no será con la celeste y blanca en el pecho.

El principal acumulador de frustraciones de toda la historia del fútbol argentino volvió a hacer lo que mejor hace: defraudar. Alguna vez habrá que reconocerle a esta generación futbolística el habernos permitido transitar sin sobresaltos toda comepetencia que encararon. Sabíamos que iban a fracasar y fracasaban.

Sin sorpresas, sin picos altos o bajos, sin angustias: era llegar a estar cerca de la gloria para desbarrancarse sin pena y sin ella. 

Y escaparse en el silencio, con cara de morriña y con la cabeza baja que contrastaba con la altiva y soberbia con la que siempre entraban al estadio antes del papelón.

¿Nadie de estos jugadores se puso a reflexionar alguna vez que para tener el cogote tenso como un pavo real hay que tener la seguridad de no terminar con la cabeza en un hoyo como el avestruz?.

Es probable que una vida armada con el nivel de los millones sea suficientemente glamorosa como para no entender la angustia de millones de sobrevivientes del día a día para los que un triunfo deportivo, sobre todo si se enmarca en los colores nacionales, es algo más que un éxito; es la reafirmación de la esperanza.

Y seguramente no tienen obligación de entenderlo.

Pero si tienen que tener cerca a alguien que les explique que el gesto despreciativo, el silencio ominoso y la actitud altiva es miserable en los triunfadores pero grotesca en los perdedores.

Y que ellos, que comparten cartel con glorias ganadoras de nuestro fútbol, que a nivel de clubes o de Selección han escrito páginas de esas que quedan en el recuerdo con una foto de alegres jugadores levantando copas, no pueden darse el lujo de despreciar a nadie: son figuras en lejanos clubes y coleccionistas de fracasos como representantes de su país.

Un día el fútbol se termina como profesión y pasa a ser aquello que cada uno construyó. Un día -salvo muy pocas excepciones- la prensa deja de seguir a la figura, adularla y justificarla; y solo está la gente para enmarcar el retiro en gloria, olvido o reproche.

Y el público, exitista y cruel, se olvida pronto de los fracasados y solo los recuerda para la burla o el reproche.