Juan José Alvarez es el centro de una historia que muestra como ninguna antes el amoral doble mensaje de un gobierno que utiliza los derechos humanos como una simple chicana de conveniencia.
Juan José Alvarez es un viejo y conocido operador del peronismo. Trabajó con Cafiero, con Menem, con Duhalde, con Ruckauf, con los Kirchner y en los últimos tiempos con Sergio Massa.
Cayó en los brazos del tigrense cuando el kirchnerismo lo eyectó de su cercanía al conocerse que durante el Proceso perteneció a la estructura de la SIDE, responsable directa de la desaparición y tortura de miles de argentinos y también de la persecución ideológica que alcanzó claustros, fábricas, organizaciones civiles y hasta a integrantes de las mismas fuerzas armadas.
Según la foja de calificaciones de Alvarez, que actuaba en la SIDE con el nombre supuesto de Javier Alzaga, sus superiores consideraban que era un “excelente analista”. “Se caracteriza por su criterio, su iniciativa y sus conocimientos específicos y generales. Debiera pertenecer al plantel básico del organismo”, señalaron sus evaluadores en julio de 1982, cuando todavía era un contratado. En octubre de 1983, en el apartado de “concepto” de la planilla de calificaciones, en la SIDE aseguraban que Alvarez “une a sus condiciones intelectuales criterio e iniciativa”. “Ha demostrado ser un sobresaliente analista”, destacaban. En 1983 completó su formación con algunos cursos de trabajo. “Encuadramiento legal SIDE, Teoría de la Subversión y Contrasubversión, Documentación, Evolución Histórica de Occidente, Introducción a la Contrainteligencia, Introducción a la Inteligencia, Representación Argentina Geográfica y Proceso Histórico y Técnicas de Trabajo.”
Más allá de su categoría dentro del organismo, que Alvarez presenta como un mínimo nivel más arriba que la de un empleado de mantenimiento, de su legajo surge que cuando se presentó como aspirante a agente de inteligencia quería “servir mejor a nuestra patria”. Así lo manifestó en una carta que escribió a sus “futuros superiores”. Además, en el legajo figura entre los “datos aportados por el postulante” que “el Sr. Alvarez desea ingresar a este organismo por sentirse identificado con el proceso militar actual”.
”Conozco desde hace más de cinco años al candidato y lo considero un excelente elemento que no defraudará la confianza que en él se deposite. Un fuerte abrazo.” La carta, fechada en mayo de 1981 y firmada de puño y letra por el general Albano Harguindeguy, entonces ministro del Interior, estaba dirigida al general de división Carlos Alberto Martínez, secretario de Inteligencia del Estado. No sería difícil conseguir el puesto con semejante recomendación.
Demasiado para el universo kirchnerista, aunque después se supo que Néstor no sólo estaba al tanto sino que había dado el visto bueno para que Alvarez asumiese como Secretario de Seguridad de Anibal Ibarra en la CABA, pocos días después de la tragedia de Cromañón. Kirchner le comunicó que el Poder Ejecutivo apoyaba su designación y le impartió apenas dos directivas: «Hacia adelante, que esto no se vuelva a repetir; hacia atrás, justicia a fondo».
En el mundo del doble mensaje oficial el pasado de espía de Alvarez era menos importante que la necesidad de producir rápidas respuestas ante un drama cuyas consecuencias comenzaban a perjudicar al gobierno.
Pero al hacerse pública su antigua pertenencia a la SIDE no quedó otro camino que apartarlo…y retomar el discurso cada vez más vacío de los derechos humanos.
-LA OCASIÓN HACE AL LADRÓN-
Cuando se conoció que Juan José Alvarez se había convertido en jefe de la campaña de Massa, comenzaron los carpetazos. Ahora sí su pasado en inteligencia adquiría un valor superlativo, ya que con sólo desempolvarlo podía dañarse a un oponente que por entonces venía punteando en las encuestas.
Pero alguien -se dice que Aníbal Fernández, viejo compañero «pejotista» de Alvarez durante tres décadas- sugirió que el hombre tenía un precio bastante conocido y que posiblemente estuviese dispuesto a un nuevo salto si «la propuesta» del gobierno le resultaba interesante.
Y así fue. «Juanjo» traicionó a Massa, se pasó con bandera y banda al kirchnerismo y comenzó a trabajar como intermediario del poder con los intendentes que habían elegido la ruta a Tigre. El final es conocido; seducidos por el amado color de los billetes los rebeldes de ayer fueron volviendo de a uno al redil y jurando lealtad eterna a «la Jefa». De paso lo hicieron limando la figura de Massa y borrando con el codo lo que apenas ayer habían escrito con la mano.
Pero eso es algo habitual en el peronismo…ese extraño conglomerado que hace de la palabra lealtad un himno y de las traiciones una singular forma de cantarlo.
Y Alvarez dejó de ser el denunciado espía del Proceso para copnvertirse en un compañero homenajeado y escuchado que, irónicamente, responde en forma directa a su nuevo jefe: «Wado» De Pedro, ese funcionario ícono del gobierno y su política de derechos humanos por ser hijo de desaparecidos.
Y todos felices, caminando sobre los huesos de un pasado doloroso al que sacan y guardan en un cajón de acuerdo a las conveniencias.
Con esa insoportable levedad del ser que el kirchnerismo ha aplicado a cada uno de los valores vitales de una república agonizante.