La vieja estrategia montonera del estado encapsulado

(Por Adrián Freijo)La retirada del cristinismo del gobierno revive aquella vieja teoría de los movimientos revolucionarios de los setenta que querían crear un estado dentro del estado.

Así lo hizo Fidel Castro en Sierra Maestra, lo intentó Guevara en Bolivia, en alguna medida lo lograron los hombres de las FARC en Colombia y lo pretendieron el ERP como ejército organizado y los Montoneros como expresión urbana en la Argentina de los años 70.

Según esta vieja concepción la existencia de dos estados paralelos, con fuerza política, militar y territorial, es el comienzo de la batalla final por el poder. Logrando el objetivo se consigue que la población pierda el eje de cual es el verdadero estado y termine esperando que se defina un vencedor para «saber» a cual de las dos opciones pertenece.

Esta técnica revolucionaria tuvo por lo general más fracasos que éxitos en todo el mundo –en el continente africano representó la instauración de dictaduras alternativas de corta duración o de autocracias vitalicias de un salvajismo exponencial– pero en ocasiones dio paso al nacimiento de nuevas realidades que aún lanzan su influencia hasta la actualidad.

Lenín creó un estado casi independiente en el oeste ruso y desde allí pudo iniciar su ataque final contra el zarismo y Mao consolidó pacientemente con La Gran Marcha su dominio sobre gran parte del territorio Chino hasta empujar por su propio peso el fin del imperio milenario.

Conocedores de estas estrategias, los cerebros que alimentan los pasos de Cristina hacia el llano vienen esforzándose desde hace mucho en crear un «estado encapsulado» que conviva con quien la suceda y tenga fuerza suficiente para negociar primero la impunidad y luego el poder mismo.

El manejo de la energía, de los medios, de las finanzas, de la obra pública y del transporte -todos rubros hoy coptados por empresarios amigos que en muchos casos son sólo testaferros de la familia presidencial y en todos ellos socios- le asegura un poder económico capaz de condicionar la estabilidad de cualquier gobierno que pueda sobrevivirles con triunfo o derrota en octubre.

El control parlamentario que se dispone a lograr señalando a dedo la integración de las listas de candidatos, a lo que se suma una nada desdeñable fuerza propia que hoy tiene en las dos cámaras y que se extenderá parcialmente después de diciembre, será otra de las bases del estado encapsulado a partir de la posibilidad de condicionar la aprobación de leyes imprescindibles a la nueva administración.

Y la pata judicial, armada con paciencia y dinero durante toda la década, que el poder pretende dominar como instrumento de impunidad y que sin embargo ahora parece complicarse ante el fracaso del último y torpe embate sobre la Corte pero que aún no ha terminado…ni mucho menos.

Un verdadero estado dentro del estado que por añadidura no sufrirá el desgaste que seguramente deberá afrontar cualquiera de los pretendientes que logre hacerse con la presidencia.

El viejo sueño de los setenta, logrado casi medio siglo después y con intenciones por cierto menos revolucionarias que aquel, pero que ha sido construido con las mismas líneas directrices.

Pero que como aquel, busca hacerse del poder fáctico en la Argentina