Lo que no nos gusta escuchar

Adrian-Freijo-150x150(Escribe Adrián Freijo)Cuando la sociedad toma una postura, por equivocada que sea, es muy difícil para el analista cambiar esa convicción mayoritaria aunque existan situaciones concretas que así lo hagan aconsejable.

Si la gente se siente cómoda o identificada en aquella postura, allí se quedará a pesar de cualquier argumento. Y seguramente se enojará con quien le plantee otra razón…por razón que tenga.

Alguna vez sentimos que ir a la guerra era bueno y además nos convencimos de que la estábamos ganando. Punto.

Y tal vez por eso, y en contra de la habitualidad de mi contacto con el lector, haya elegido escribir estas líneas en primera persona (el “detestable YO” que señalaba Pascal) aún sabiendo que muchos de ellos van a enojarse conmigo. Pero ocurre que como alguien solía decir antaño “la única verdad es la realidad”, o mucho más cerca en el tiempo cantaba el juglar “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”

Por estas horas miles de argentinos, y todo el periodismo nacional, baten parches en contra de los jueces que resolvieron la prisión domiciliaria de un padre abusador.

La imagen de semejante bestia cómodamente alojado en su domicilio es demasiado fuerte como para ser digerida por una ciudadanía harta de las actitudes tantas veces inentendibles de los jueces que parecen ver una realidad totalmente opuesta a la que miramos el resto de los mortales.

¿Qué me diría usted si yo le afirmo que quienes dispusieron tal medida fueron en realidad todo lo duros que el estado de derecho les permite ser?, ¿aceptaría que estos jueces, al menos en este caso, avanzaron hasta el borde de la severidad que el ordenamiento habilita?.

Seguramente creería que estoy loco o que mi intención es “salvar” a los magistrados, a quienes dicho sea de paso ni siquiera conozco.

Pero ocurre que según nuestras normas legales el padre abusador debería estar en libertad hasta que la condena que le ha sido impuesta –durísima, dicho sea de paso- quede firme. Si se me permite sólo agregaré que dicha prerrogativa me parece absurda y que en este tipo de delitos y en tantos otros la privación de la libertad es más un derecho de la sociedad para estar tranquila que un castigo para quien ha cometido un delito y ya, con primera sentencia, ha quedado en evidencia. Pero en este estado “garantista”…las cosas son distintas.

Resuelta la detención el tema es dónde se ubica a un miembro de las FFAA y por añadidura violador de su propia hija. Y aunque la bestia que en mayor o menor medida todos llevamos adentro nos empuje a desear que se lo ponga en el lugar “menos indicado” (usted me entiende), la sociedad no puede renunciar a la civilización y al respeto a los derechos humanos por enojada que esté con una persona. Y nuestras cárceles no dan en ese sentido garantía alguna.

Encerrarlo en una dependencia de la fuerza a la que pertenece resultaba imposible, porque esa misma fuerza está sospechada e investigada por haber ignorado lo que en su propia dependencia ocurría con la menor.

Para decirlo en buen criollo, la Base Naval Mar del Plata era parte de la escena del crimen de este padre aberrante. ¿Qué garantía puede tener la justicia de que esa complicidad no va a tener continuidad?, ¿qué seguridad puede dar como lugar de detención esas instalaciones en las que a vista y paciencia de todo el mundo este animal violó impunemente a su hija?.

Concluyamos entonces que poco margen real quedaba para otra cosa que la prisión domiciliaria. Dura en cuanto a no permitir la libertad ambulatoria hasta la sentencia final y sabia en lo que tiene que ver con preservar la integridad del reo y la seguridad del proceso hasta esa misma instancia.

 Cae por supuesto sobre la estructura del estado el garantizar que el condenado no abandone su lugar de reclusión y no tenga manera alguna de acercarse o tomar contacto con las víctimas. Y sobre esto es que todos tenemos nuestras fundadas dudas…

No hubo entonces “protección” por parte de los jueces sino todo lo contrario; y es posible que eso no nos guste y hasta nos despierte indignación.

Pero habrá entonces que cambiar las leyes, construir lugares adecuados de detención para este tipo de circunstancias, controlar con mucha más atención lo que ocurre dentro de las reparticiones públicas, iglesias y cuarteles y sobre todo madurar como sociedad y dejar de mirar estas cosas sólo cuando ocurren.

Aunque decirlo pueda resultar antipático y sumarse a la ola de la fatuidad informativa y jugar al indignado sea más cómodo.

Pero usted sabe que ese no suele ser mi perfil…