En pocas horas el gobierno de Francia identificó y localizó a los autores del brutal atentado de ayer, mientras desde 1994 no podemos saber quien atentó en la AMIA.
A pocas horas de los atentados contra las torres gemelas el mundo sabía de la existencia de un tal Bin Laden y su criminal organización Al Qaeda, así como de quienes habian secuestrado los aviones y llevado a cabo el atentado.
A partir de ese momento se lanzó una tan larga como difícil cacería que algunos años después terminó con la vida del líder terrorista pero mucho antes había demolido su violento ejército personal.
Pueden hacerse mil especulaciones acerca del orígen de la fortuna de Laden e inclusive acerca de su relación con el gobierno norteamericano. Todo ello hace a las miserias de la política mundial pero, cuando se atrevió a tocar a los ciudadanos de los EEUU, fue inmediatamente identificado, se inició la cacería y hoy está muerto.
El atentado de ayer en París, tan disparatado como todo lo que lleva adelante un yihadismo que ha hecho de ese disparate una estrategia, ya está hoy formalmente resuelto.
De aquí en más sólo se trata de saber si los tres imputados, uno detenido y los otros ya cercados, actuaron solos o pertenecen a alguna organización. Si se trata de esto último, seguramente el destino de la misma será idéntico al de Al Qaeda.
En 1994 un ataque terrorista con coche bomba destruyó la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) de Buenos Aires. Se trató de uno de los mayores ataques terroristas ocurridos en la Argentina, con un saldo de 85 personas muertas y 300 heridas.
Dos décadas después sólo tenemos difusas líneas investigativas pero ningún nombre concreto de los autores del magnicidio. Se sabe sí, pese a todo lo que los sucesivos gobiernos han hecho para ocultarlo, que la conducción político-religiosa de Irán pudo haber estado detrás del hecho.
Demasiado poco, demasiado lento y demasiado oscuro.
¿Cuál es la dieferencia que hace posible aquella celeridad y esta parsimonia cómplice?
Esa diferencia se llama…democracia.
No formal, no relatada, no prostibularia como lamentablemente es esta «democracia» argentina plagada de corrupciones y mentiras.
Una diferencia que nos enseña que en países como Estados Unidos o Francia -donde también existe la corrupción enquistada en la clase política- el límite es la gente, el pueblo, el tan citado ciudadano.
Y que cuando alguien se atreve a tocarlo cae sobre él todo el peso del estado y la sociedad tiene su vindicta.
Una diferencia que nos lleva a concluir, triste pero acabadamente, que una cosa es ser ciudadano y otra muy distinta un simple habitante.
Y aunque nos duela, no podemos darnos el lujo de ocultarlo.