Arroyo construyó su imagen denunciando una inseguridad sin cauce. Insólitamente ahora sostiene que «no puede decirse que Mar del Plata es una ciudad insegura”. Crónica de un engaño colectivo.
Habría que bucear mucho en la historia argentina para encontrar un gobernante que haya accedido al poder enancado en tantas mentiras, supuestos falsos y silencios cómplices como Carlos Arroyo.
«El plan secreto» que en realidad era un desapego absoluto por la planificación y los proyectos, «el gabinete de lujo» que ocultaba en realidad la ausencia de equipos y la incapacidad de armarlos, «los veinte o treinta funcionarios» que terminaron en casi un centenar de personas designadas con altos cargos y altos sueldos, entre los que destacan parientes y amigos sin función acorde con los ingresos que se aseguraron. Todo era una impostura, todo una improvisación conciente e irresponsable.
Todo, en definitiva, el tic autocrático de quien siente la irrefrenable convicción de «el estado soy yo», a lo que le agrega «y conmigo alcanza».
La realidad, ese casi invisible casillero en el que la vida y sus circunstancias nos colocan irremediablemente, lo golpeó a poco de andar y sin anestesia. Y lo hizo en forma de papelón, de escándalo permanente y de una evidencia imposible de ocultar con frases grandilocuentes, batallas contra enemigos que ni se enteraban y desembarcos imaginados.
Pero en el «mundo Arroyo» siempre parece haber espacio para un nuevo dislate.
El intendente dice ahora que “no puede decirse que Mar del Plata es insegura”. Tan lejano y distinto a aquel candidato que sostenía que «lideramos el índice de desempleo y de inseguridad del país hace años» por lo que afirmaba que “yo propongo un control migratorio estrictísimo. Tenemos que saber quién viene, por que viene y a que viene”.
Por ello anunciaba, entre otras cosas, el fin de la Policía Local, sin tener siquiera en cuenta que resolverlo no era cuestión de su jurisdicción. “Votaría una y mil veces en contra a este tipo de policía local, porque realmente es una vergüenza”, decía al momento de resolver que «Telpuk deberá presentar el lunes siguiente a mi asunción su renuncia».
Sin embargo la policía siguió, el cuestionado comisario sigue siendo su jefe y aquel edificio de Chile y Alvarado que había elegido Gustavo Pulti para ser comprado con destino a sede de la fuerza será por fin adquirido por su sucesor, pese a tanto anuncio en contrario.
Para Carlos Arroyo no puede decirse que Mar del Plata sea una ciudad con problemas de seguridad. Algo muy distinto a lo que observa día a día el vecino.
Ese vecino que cada mañana al levantarse observa a su intendente borrando con el codo lo que ayer escribía con la mano.
Y lo peor es que lo hace sin ponerse colorado; como si realmente no se diese cuenta de lo que dice y mucho menos de la responsabilidad que tiene entre sus manos.