Por Adrián Freijo – Algo que muy pocos recuerdan es que fue el ex presidente quien promovió la Ley 14346 de Protección de los Animales. Era el reflejo de su amor por el género y una historia personal signada por ese afecto.
Charlar durante un rato con Juan Domingo Perón servía para que el interlocutor, si no estaba encerrado en sus propias pretensiones o en el deseo de impactar a quien sintetizaba el poder absoluto de su tiempo, conociese a una persona afable, humana, de una sencillez que le daba mayor impacto a su presencia y que buscaba permanentemente llevar la conversación hacia temas cotidianos o históricos que poco tenían que ver con la política argentina.
Para algún amante del bronce ello podía deberse a cierto hartazgo por la realidad que lo rodeaba -y la gente que la encarnaba- aunque ciertamente tenía que ver con la verdadera esencia de alguien que se había ciado en el campo, amaba a la naturaleza y los animales y hacía de la camaradería y el diálogo una razón absoluta de las relaciones humanas.
De aquellos años patagónicos de su infancia y juventud había heredado un amor supremo por los animales. Que no intentaba ocultar y al que por el contrario disfrutaba de mostrar a sus visitantes y volcarlo en mil anécdotas que lo remontaban a sus ovejeros, a sus caballos y, a partir de su relación con Evita, a esos caniches que la pareja mostraba en cada ocasión con el mismo orgullo que alguien presenta a su descendencia.
Tinolita era la consentida de Eva y sufrió su pronta partida. Dijeron quienes estuvieron cerca por ésos días que la perra se veía angustiada y que recién la llegada de Canela, tres años después, cambió su humor. Monito, tal vez algo olvidado por su ama, se convirtió en el malcriado de Perón, algo que el perro comprendió desde el primer momento: no se separaba jamás del General y solía recostarse en su regazo durante las largas horas de trabajo en soledad en su escritorio o en las reuniones que el ya presidente compartía con sus invitados.
En 1955, poco antes de su derrocamiento, Negrita y Canela, un macho de pelaje marrón por el que el General tenía enorme debilidad, convirtió en su ladero inseparable y lo acompañó en su largo exilio entre Paraguay, Panamá, República Dominicana y finalmente la residencia de Puerta de Hierro en las cercanías de Madrid.
Canela murió en 1966 y tras unos días de duelo su dueño decidió enterrarlo debajo de un algarrobo en la quinta «17 de Octubre». Perón visitaba cada día la tumba donde descansaba su gran amigo y hasta allí llegaba con sus otros perros y alguna que otra visita. En su honor hizo una placa que decía: «Canela. El mejor y más fiel de los amigos».
Cuentan los que frecuentaban al viejo líder en España que cuando éste quería hacer conocer a algún dirigente las dudas que tenía sobre su lealtad lo sacaba a pasear al parque, lo llevaba frente a la tumba del caniche y deslizaba como al pasar una frase que encerraba todo lo que tenía para decir: «Este es el único que realmente me fue leal. El único que realmente me quiso».
En su retorno al país trajo consigo a sus ahora dos únicos perros, Puchi y Canelita -que heredó el pelaje de su abuelo Canela- que lo sobrevivieron a su muerte en 1974. Tras la caída de María Estela Martínez de Perón (a) Isabel el 24 de marzo de 1976 la Junta Militar autorizó a que ambos fueran trasladados primero a la residencia El Messidor y luego a la Base Naval de Azul, los lugares de detención de la ex presidente. Si bien la viuda de Perón no amaba a los animales, tras la muerte de su marido se había aferrado a ambos como parte del recuerdo del cariño que les profesara quien había sido el hombre de su vida y el constructor de su dramático destino.
Aquel amor lo había llevado a intentar, apenas llegado al poder, a ampliar y mejorar la Ley 2786, conocida como la ley Sarmiento. Pero sus intentos no tuvieron el visto bueno de quienes veían en los animales algún interés económico.
En 1947, precisamente el 10 de marzo, presentó en el Congreso el primer proyecto para modificar la mencionada Ley 2786.Proponía actualizar las penas y que se crease un órgano de aplicación y que donde no se pudiera crearlo que fuera la Policía la que actuara en defensa de los animales.
El intento cayó en la Cámara de Diputados cayó en Diputados por la negativa de los sectores de la oposición a terminar con un negocio que movía millones de pesos en el país.
En 1951 volvió a presentar un nuevo proyecto para impedir espectáculos crueles con animales, especialmente las corridas de toros. Fue en España donde declaró que no le gustaba que mataran ni torturasen animales y se negó de lleno a que esa actividad –que la propia Evita en su histórico viaje a Europa calificó frente a toreros y taurinos como «una barbarie»- llegara a Argentina. Tampoco prosperó.
Finalmente en 1953 logró que se aprobase una ley penal nacional que sancionara con tres años de prisión, como pena máxima, a toda aquella persona que maltratase y/o torturase a un animal. La idea no fue aceptada en el Congreso y el castigo se bajó a un año porque los legisladores consideraron que debían equipar el maltrato o tortura que sufriera un animal al daño que se efectuara sobre cosas muebles y que, por lo tanto, las penas debían ser iguales.
Tras largos meses de debate, el 27 de Septiembre de 1954 la propuesta fue aprobada en el Senado y quedó promulgada como Ley 14346 de Protección de los Animales. Tras el golpe militar del 16 de setiembre de 1956, conocido como Revolución Libertadora, se dispuso que la norma -aún vigente- se dispuso que la norma siguiese siendo conocida como Ley Sarmiento, lo que hace que no sean muchos los argentinos que saben que el cuidado de los derechos animales está regido por un cuerpo legal impulsado y votado a instancias de Juan Domingo Perón.
El hombre había cumplido con aquello que tanto amaba y que había signado su vida desde la niñez y hasta su muerte: los animales.