Por Adrián Freijo – El año que se inicia marcará la aceleración de los cambios mundiales hacia un nuevo tiempo post pandemia. ¿Dónde estamos parados los argentinos frente al desafío?.
El mundo ya estaba cambiando. Los nuevos alineamientos, el crecimiento exponencial de la pobreza como resultado de la injusticia distributiva y los espasmos de estallido social que ello acarrea componen en la actualidad un cóctel tan peligroso como desafiante que nos obligan a preguntarnos hacia donde camina la humanidad y que será lo que cambie y que lo que quede como residuo cuando esta etapa que culmina sea ya parte del pasado.
Pero la crisis sanitaria -que seguramente se extenderá aún por un largo tiempo y cuyas consecuencias no desaparecerán aún con toda la humanidad inmunizada- aceleró los tiempos y lo que debía definirse en una década ahora estará entre nosotros en el término de tres o cuatro años. No más…
En ese escenario la Argentina parece no tomar nota de la fragilidad de su posición.
Una clase dirigente incapaz, inculta y éticamente repudiable, aislada en el cuidado de su propio ombligo y sin tomar nota del creciente deterioro económico y socia de un país que marcha hacia su propia destrucción final, tampoco atina a comprender estos cambios, esta aceleración y la necesidad de tomar urgentemente una vía que nos saque de la zona de choque y comience, lenta pero seguramente, a llevarnos hacia la del desarrollo y el crecimiento.
Para lograrlo es necesario frenar un instante, enfriar las pasiones, posponer las luchas políticas nacidas de la mediocridad y hoy claramente absurdas, y realizar un diagnóstico claro y acertado de la situación que atravesamos y de cuales son aquellos problemas que está a nuestro alcance resolver y cuales los que deberemos afrontar como furgón de cola de un mundo que sigue adelante sin siquiera prestar atención a nuestra presencia.
Y hay seis cuestiones inmodificables sobre las que tendremos que cabalgar una posible salida. Y son tan claras y están tan presentes que, al menos, nos evitan tener que dedicar nuestro tiempo a desentrañarlas, adivinarlas y mucho menos cuestionarlas: son, están y hay que resolverlas.
Veamos si no…
1- El déficit disparado en un país que ya lo tenía como problema. Ello va generar tarde o temprano una crisis de pago de la deuda, lo que será acompañado por un situación similar en muchos otros países, sobre todo de la región.
La pérdida de ingresos en muchos hogares y muchas empresas hará entonces que los niveles de deuda del sector privado se vuelvan insostenibles, lo cual dejará una estela -de hecho ya lo está haciendo de manera muy expuesta- de cierres en masa y bancarrotas
2- La crisis ha demostrado la necesidad de aplicar mucho más gasto público al sistema de salud, algo que seguramente no cambiará en los próximos años. Y si a ello se agrega al paulatino envejecimiento de la población obligará a una reforma previsional profunda que solo podrá realizarse si el poder político accede al retorno de los retiros privados, lo que sin embargo expondrá con crueldad las dieferencias entre ricos y pobres en el país.
3- Junto con la crisis llegará inevitablemente un largo período de deflación en el que los bienes de producción inactivos por el parate caerán en la obsolescencia y y el mercado de trabajo, que ya estaba seriamente golpeado mucho antes de la crisis sanitaria, se encontrará con al menos dos generaciones de argentinos sin capacitación ni posibilidad de insertarse en el nuevo mundo laboral.
4- Después de décadas de erráticas políticas monetarias es difícil imaginar otra absorción de la explosiva emisión realizada durante el tiempo de pandemia que no sea a través de una mega devaluación de la moneda, empujada por políticas similares en el mundo entero aunque estas sean sin la magnitud que resultará de la frágil situación del peso argentino, algo detectable mucho antes de que se desatara esta crisis del COVID.
Pero ello obligará a multiplicar el esfuerzo exportador para afrontar el pago de la deuda, ya que nuestra devaluada divisa quedará imposibilitada de absorber precios internacionales sin generar una caída insostenible del mercado interno. Y es aquí donde más se notará la importancia de las distorsiones anunciadas más arriba, como la obsolescencia de los medios de producción y la carencia de mano de obra calificada; además de la falta de financiamiento externo y una inflación que tardará al menos un lustro en colocarse por debajo de los dos dígitos.
5- Todo esto traerá aparejado el riesgo de padecer las mismas consecuencias que el país sufrió en las décadas del 70 con el plan económico de Martínez de Hoz y del 90 con la convertibilidad de Domingo Cavallo: el ingreso masivo al país de productos generados en mercados de mano de obra barata -con el pretexto de sostener el consumo de la clase media y amortiguar las consecuencias políticas de la creciente crisis- lo que profundizará la desocupación, el endeudamiento familiar, la pérdida de mercados propios en el corto y mediano plazo y el constante deterioro de la mano de obra calificada- y que impulsará los salarios a la baja y alimentará el crecimiento de los populismos, la conflictividad social y la inestabilidad institucional en todo el subcontinente.
6- Y todo esto ocurrirá en el marco del principio del fin de la globalización, ya que las décadas venideras estarán signadas por el conflicto entre EEUU y la China, que además empujará a países y conglomerados de economías voluminosas, pero no determinantes, a abroquelarse en modelos cerrados y alternativos que dejarán a la deriva a las naciones en vías de desarrollo que no estén alineadas o tengan niveles de producción suficientes para terciar en la mesa de las negociaciones.
Así Brasil, la India, Rusia, los países de la Unión Europea y algunas economías emergentes como Australia, Canadá, Sudáfrica y una previsible unión de los viejos Tigres del Pacífico con Japón, tendrán armas para resistir la guerra entre los gigantes. Pero en América Latina la situación será diferente y Argentina estará en las peores condiciones para sostenerse en esta nueva realidad mundial.
Si los países de la región que miran al el Pacífico logran construir una alianza comercial medianamente sólida tendrán chances de zafar y así nosotros, apretados entre esta alternativa y un Brasil instalado en el universo de las economías mundiales medianas, quedaremos condenados a un único e insuficiente destino para una nación que alguna vez soñó con ser potencia mundial: un proveedor marginal de materias primas que padece además una peligrosa desnacionalización de las mismas.
Así están las cosas en un momento de aceleración del cambio mundial por a irrupción de una pandemia que modificó el escenario y que aún nos acompañará por bastante tiempo.
Solo un inmenso esfuerzo de imaginación, una capacidad de sacrificio que no nos es común y una disciplina social que desconocemos pueden llevarnos lentamente por el camino de la estabilización para solo luego iniciar la cuesta hacia el desarrollo.
Un lustro para parar la caída y recuperar la confianza mundial, otro para lograr un paulatino financiamiento y dedicarlo a la inversión interna y la recuperación de la capacidad productiva de acuerdo a los nuevos parámetros y una década completa para volver a contar con los mercados perdidos en los últimos cuarenta años.
Todo en el marco de un consumo interno acotado, una reforma educativa que tenga como objetivo ese momento de retorno pleno al mundo real y competitivo y una revolución normativa, jurídica y fiscal, que marque definitivamente las reglas de juego de una sociedad que no podrá dedicar su tiempo a otra cosa que no sea crecer, producir y comerciar.
Cosas que solo se conseguirán con liderazgos moralmente irreprochables, una clase dirigente moderna y capacitada, una sociedad educada y con vocación por el trabajo y el esfuerzo y una seguridad jurídica que sirva como atractivo y no como repelente de las inversiones genuinas que empujan el crecimiento.
Todo lo que hemos ido dejando al costado del camino…