Por Adrián Freijo – Este tiempo distinto y doloroso ha puesto muchas cosas en su lugar. Lo mejor y lo peor de un país que hace mucho perdió de vista su escala de valores.
A medida que se van conociendo las historias de los argentinos que esperan y desesperan por su retorno a la Patria se va corriendo el velo de la perversa costumbre de correr en la búsqueda de un culpable y un pretexto que ha caracterizado a la Argentina contemporánea. Esa que ha perdido de vista un orden de prioridades que le devuelvan su propia cara y no la de los intereses políticos de turno.
Y es que pasadas varias semanas desde el inicio de la cuarentena universal nuestro país encabeza el lote de las naciones que más demoran en traer de vuelta a su patria a miles de ciudadanos que quedaron varados por el mundo. Y son pocos los casos de aquellos que sabiendo que se venía el aislamiento y el cierre de aeropuertos resolvieron viajar pese al riesgo que ello suponía; insólitamente la mayoría de ellos ya están de regreso mientras miles de connacionales que se encontraban en otros países del mundo trabajando, estudiando, realizando tratamientos médicos o en viaje turístico iniciado antes de que se desatara el fenómeno, siguen a la espera de que el gobierno nacional disponga una estrategia rápida, eficiente e inmediata para su traslado a casa.
Una campaña sistemática y perversa -movilizada desde los despachos oficiales- pretendiendo desacreditar a quienes se encuentran en el exterior presentándolos como viles representantes de una adinerada burguesía que gasta el dinero de los argentinos en el exterior como los nuevos ricos de «la manteca al techo» en la era conservadora, aquella que tuvo a Carlos Gardel como paradigma del éxito argentino por el mundo, ya no es suficiente para tapar la realidad: ni la Cancillería tiene capacidad profesional de obrar, ni los gobernantes de organizar ni las autoridades aeronáuticas de diagramar un cronograma de funcionamiento de los aeropuertos -Ezeiza, Aeroparque, Mar del Plata, Córdoba y Bariloche están en condiciones de recibir vuelos internacionales, sin contar la siempre olvidada pista de Anillaco que cierto ex presidente había construido para que en ella aterrizaran aeronaves de gran porte, incluido el Tango 01- que permita multiplicar la llegada de los nuestros.
Si hasta hemos soportados callados (y desinformados) la perversa decisión de las autoridades de convertir en «repatriados» a quienes suben a los pocos vuelos disponibles tan solo por contar con algún contacto político o el dinero suficiente para adquirir un pasaje que deja en tierra a aquellos que realmente necesitan de la asistencia del estado. En aeronaves de Aerolíneas Argentinas que llegan de Europa tan solo diez plazas son reservadas para quienes se encuentran en verdadero estado de indefensión; el resto es para aquellos que pueden pagar.
Habilitar los aeropuertos de alternativa representaría quintuplicar los vuelos de repatriación que hoy se llevan adelante. En no más de diez días todos nuestros compatriotas estarían de vuelta en casa.
Y no necesariamente tendríamos que desembolsar una fortuna para lograrlo. También en el territorio nacional se encuentran miles de extranjeros que esperan ansiosos la autorización para volver a sus países y solo se trataría de firmar convenios bilaterales con esas naciones para alivianar, a futuro y a largo plazo, los costos que para cada línea de bandera significa el uso de sis aeropuertos durante la operatoria habitual. Que algún día va a volver…
Claro que acá el obstáculo se llama Aeropuertos Argentina 2000 y en los otros países vaya a saber que nombre tienen sus iguales. Cuando el estado se arrodilla frente al capital privado las naciones pierden su razón de ser y la democracia sale por la puerta de atrás para dejar su espacio a a plutocracia.
Las soluciones existen -acá las proponemos- quienes las necesitan siguen esperando y nadie en el gobierno, la prensa o las instituciones de la república parece tener interés en verlas. Menos en imponerlas…
Y esos miles de argentinos que hoy penan por el mundo se convierten sin saberlo en una espina clavada en el corazón de un país cada día más pobre, más miserable y menos preocupado por los suyos que por la apariencia construida desde el discurso y la falacia.
Y esperan, y desesperan, que alguien se atreva a mirarlos a los ojos y devolverlos a la patria….