Las alternativas electorales que se manejan ponen en evidencia una dirigencia a la que solamente le interesa encaramarse (o mantenerse) en el poder, aunque para ello deban aliarse con el mismo demonio. Vergüenza ajena.
Cristina vicepresidente de un Alberto Fernández que se dispone a llevar adelante la campaña del «yo no dije lo que dije», María Eugenia Vidal buscando compartir una colectora -prohibida por el propio Macri- con Sergio Massa, el tigrense apoyando tal vez la fórmula de los Fernández o quedándose en Alternativa Federal pero juntando votos con la gobernadora bonaerense y Roberto Lavagna pretendiendo que el agua y el aceite se unan y lo elijan a él como su representante sin consultarle a la gente mientras Marcelo Tinelli golpea cualquier puerta esperando que lo dejen entrar.
Las elecciones de octubre dan para todo. Ya asumido que socialistas profundamente antiperonistas pueden juntarse con peronistas profundamente antisocialistas y jurar al votante que ambos quieren lo mismo, queda ahora prepararse para el bochorno del cierre de listas y esperar que los más impensados socios nos juren por sus ancestros que todo está bien y que la unión tiene que ver con el amor que nos tienen a nosotros.
No hay democracia sin partidos políticos, pero no hay partidos políticos sin ideología. O al menos con alguna idea-fuerza a la que no estén dispuestos a renunciar.
Desde que el hombre comenzó a transitar esa maravilla del mundo moderno que se llama democracia -el menos imperfecto de los sistemas de organización de gobierno, siempre perfectibles- fue una obligación explicarle al potencial votante cual era la forma en la que se disponía a administrar los bienes comunes.
Hasta donde iba a tener injerencia el estado en la vida del ciudadano…
Cual iba a ser el papel del capital privado -porque la democracia, aunque algunos se enojen y traten de mostrar lo contrario es capitalista- y cual el del estatal.
Debía explicar lo que tenía pensado en materia educativa, social, económica, de seguridad, de relaciones con el mundo y de todo aquello que pudiese importarle al hombre común. Eso que se llamaba «plataforma».
Todo se fue perdiendo con el paso del tiempo, y cada vez los hombres fueron más importantes que las ideas. Tal vez como rémora de los grandes liderazgos que hicieron que todos los dirigentes soñasen con ser un Yrigoyen, un Perón o un Alfonsín.
Pero esta actualidad supera todos los límites de descomposición que un demócrata pueda soportar. Desde las candidaturas testimoniales, a las colectoras y ahora las listas mezcladas con candidatos de otro sector, la Argentina se ha convertido en un juego entre tahúres en el que el pueblo resulta siempre el esquilmado.
Y que no es democracia, ni política, ni república…ni nada.
Solo un mamarracho al servicio de unos pocos y que deberemos sacar del medio cuanto antes. O acostumbrarnos a vivir en una ficción que a veces nos quede cómoda aunque siempre termine defraudándonos.