MANTECA AL TECHO

Durante dos siglos la Argentina ha vivido entre la toma de deuda y los default. El gobierno de Mauricio Macri ya parece inscribirse en aquellos que viven de los préstamos externos. ¿Repite la historia?

El empréstito Baring, contraído por Bernardino Rivadavia, se terminó de pagar en 1947, unos 120 años después. Perón canceló en ese momento toda la deuda externa. Esto le permitió declarar con toda solemnidad la ‘independencia económica’ en la Casa de Tucumán.

Así quedaban clausurados simultáneamente los dos grandes ciclos anteriores de endeudamiento: el de la Baring y el de la Generación del 80. Pero casi de inmediato, el Estado argentino reinició la acumulación de deuda externa, aunque en un comienzo por montos pequeños.

Cuando sucumbió la aventura unitaria y Manuel Dorrego reasumió la provincia, se encontró con un reclamo de una compañía inglesa por 52.550 libras, una fortuna para la época. Calificó todo ese asunto como un “negocio misterioso”. Es impresionante la enumeración que Dorrego hace en su primer discurso a la Legislatura en septiembre de 1827 de la herencia recibida de Rivadavia. ¿Conclusión?: quien pronto sería fusilado por Lavalle declaró el primer default de nuestra historia.

Con su muerte se frustró la posibilidad de una Argentina muy diferente. El era el líder federal civilizado, con una visión de la construcción nacional e incluso magnánimo, porque no persiguió a los opositores. Su desaparición concluyó en el ascenso de Rosas, que representaba todo lo contrario.

Rosas pagó algo, pero recién en 1866 se perfeccionó una reprogramación a más de 30 años, aunque mucho antes de cumplirse ese plazo se infló una nueva burbuja, que estallaría en 1890. Treinta años antes, en los ‘60, los mercados parecían haber olvidado ya los desastres de la deuda latinoamericana de los ‘20.

«Calle Esparta su virtud, sus hazañas calle Roma, ¡silencio! que al mundo asoma la gran deudora del Sud. Nadie debe más que ella. Es justicia que debe hacérsele», señaló Domingo Faustino Sarmiento, en una página a la que tituló «El Censor» tras revisar los problemas globales de la región producto del proceso de endeudamiento que a partir de 1820, en el marco de sus independencias, el conjunto de los países de América Latina padeció sin solución alguna.

En nuestro país aquella reprogramación resuelta por Rosas, que Justo José de Urquiza dejó de pagar durante su gobierno produciendo así el tercer default en la por entonces corta historia de la nación, no fue suficiente para detener la costumbre de asumir deuda.

Y el proceso de endeudamiento volvió a agravarse, sobre todo durante la gestión de Miguel Juárez Celman y su política de los «bancos garantidos» por lo cual se desembocó en la crisis de 1890 que, junto con la «Revolución del Parque» encabezada por Leandro N. Alem, provocó la renuncia del presidente y la asunción del vicepresidente Carlos Pellegrini.

De allí en más -tras una toma de préstamos récord durante la gestión del industrialista Pellegrini- se continuaría con el péndulo «deuda-incumplimiento» del que apenas ahora hemos logrado salir.

Pero aparentemente…para volver a endeudarnos. Vieja costumbre cercana al suicidio que parece tristemente incorporada a un país que también en esto no conoce los grises.