Por Adrián Freijo – Los últimos días fueron escenario del triste momento que vive la ciudad. Declaraciones que rozan el ridículo, funcionarios que no son y una historia que debería concluir.
Inaugurando bebederos que ya estaban inaugurados hace cuatro años, el intendente Carlos Arroyo pareció perder, una vez más, contacto con la realidad. Sostuvo que Mar del Plata «ya ha vuelto a ser La Perla del Atlántico» y que en poco tiempo más «seremos Biarritz», haciendo alusión al exclusivo balneario francés que supo brillar en el pasado siglo, aunque ya en 1854, año en que la Emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III, hizo construir un Palacio en la playa hoy día conocido como Hôtel du Palais y también la Familia Real Británica eligió pasar temporadas en sus playas, se convirtió en el centro turístico de la aristocracia europea por excelencia.
Más allá entonces de orígenes muy diferentes a un bebedero de aluminio, la ciudad francesa es hoy un santuario más ligado a la nostalgia que al presente. Su población apenas supera los 25.000 habitantes, muy lejos de los 700.000 de Mar del Plata, y su superficie total no llega a los 12 km2 frente a los 430 de nuestra urbe.
Por supuesto no tiene industria pesquera, ni textil, ni agropecuaria, ni hortícola, ni canteras, ni parque industrial, ni genera 2.000.000 de kg de basura diarios, ni un municipio con 12.000 empleados, ni un servicio urbano de pasajeros de 400 unidades, ni universidades… ni nada de lo que nos convierte en un gran conglomerado urbano.
Claro que en sus orígenes, aquellos tiempos en los que Arroyo se ha detenido irremediablemente, los suntuosos chalets de la aristocracia porteña y el carácter exclusivo del balneario hicieron que se la bautizase «La Biarritz Argentina». Pero el progreso, la piqueta, el crecimiento demográfico, el turismo social y sobre todo el imparable desarrollo pasaron por arriba aquellas pretensiones de finura hasta cristalizar en estas playas populares insertas en una gran ciudad con actividades económicas diversas que convierten al turismo en complemento de la vida diaria. Importante, si… pero complemento en fin.
De aquel Hôtel du Palais a este bebedero de Plaza España hay, por lo menos, un mundo y un siglo de diferencia.
Para completar el tragicómico panorama, la presencia de Emiliano Giri junto al jefe comunal viene a agregar más dislate a la escena. Mientras sus colaboradores recorren el espinel de la prensa solicitando que el personaje sea presentado como Director de OSSE, la realidad indica un cargo de Asesor Ad Honorem que por supuesto es absolutamente insuficiente para pretenderse como la máxima figura de la empresa, hoy a la deriva.
Sin embargo el hombre engola la voz y se presenta ante todos como el factótum de la sociedad de estado, esa que a su juicio y el de su escudero Carlos Fernando produce «agua mejor que el agua mineral». Lo que técnicamente… es imposible.
Y así, entre delirios del pasado y funcionarios que no lo son, Mar del Plata vive un bochorno cotidiano al que alguien debería poner punto final.
¿Quién?…por supuesto que el Concejo Deliberante es el órgano en el que estas cosas deberían resolverse. Está para controlar y sobre todo para representar los intereses de los vecinos, hoy avasallados por los delirios del lord mayor y la ambición desmedida de quien quiere ser lo que no es. Ambas cosas que humillan a Mar del Plata y Batán ante los ojos del país.
El porqué no lo hace es algo difícil de entender. Algunos hablan de especulación política en un año electoral, otros de amenazas de carpetazos y los más arriesgados de cosas aún más graves. Lo cierto es que mientras la población no sale de su asombro, la ciudad parece ahora estar a la deriva en manos de orates y vividores y sin nadie que atine a defenderla.
Algo muy distinto a lo que soñaron los que un día resolvieron dejar de ser Biarritz para pasar a convertirnos en uno de los centros urbanos más importantes del país.
Con bebedero y todo…