Más allá de cualquier coyuntura la ciudad necesita que se tomen decisiones estratégicas que reviertan la situación actual de decadencia
Tomar decisiones en función de gobierno nunca fue fácil.
Quien debe decidir suele encontrarse permanentemente en la disyuntiva entre lo urgente y lo importante, máxime cuando se trata de sociedades en construcción que van acumulando desequilibrios, desigualdades y una alta dosis de volatilidad.
Mar del Plata bien puede ser tomada como ejemplo de ello. Muchos años de desidia, de falta de obras de infraestructura pensada más allá de la punta de la nariz y de una organización fiscal que siempre la ha perjudicado, han sido el escenario en el que nos hemos movido y del cual, tarde o temprano, teníamos que pagar el precio.
Hoy pareciera que muchas de aquellas cosas que era necesario encarar para convertirnos en una orbe moderna se están haciendo.
Pero toda ellas están enmarcadas en un escenario de crisis, con niveles de pobreza y marginalidad creciente, y sin que aparezcan en el horizonte las políticas públicas que puedan revertir la situación.
Si las dificultades actuales no logran frenar las obras que en la ciudad encaran y/o programan desde los tres niveles de la administración, tendremos por delante un escenario de mano de obra demandada que, en alguna medida, puede paliar la caída de fuentes de trabajo que ya hace varios años se ha instalado entre nosotros.
Pero al mismo tiempo tenemos que señalar que esa mano de obra es aleatoria, momentánea y además convive con una realidad comercial e industrial de destrucción permanente de empleo.
La pesca, el sector textil y aún la actividad turística han ido cayendo, envejeciendo y expulsando gente a un ritmo tan acelerado que nada hace pensar en una reversión rápida y segura.
Han faltado incentivos, controles y sobre todo el crédito necesario para el desarrollo del comercio y que en la Argentina desapareció en los años 90 para no volver nunca más, más allá de las vistosas propagandas televisivas o los grandilocuentes anuncios por cadena nacional.
Esto plantea un divorcio entre lo público y lo privado y un escenario en el que las decisiones de fondo son tomadas casi con exclusividad por funcionarios sin experiencia personal en la generación de riquezas y con una marcada tendencia a repartir lo que no existe, comprometiendo así el futuro de todos.
Mar del Plata ha ido cayendo poco a poco en una inercia negativa que la aleja de sus verdaderas posibilidades y sería bueno entonces que quienes la gobiernan entendieran la necesidad de escuchar a quienes invierten, trabajan y juegan su futuro al mundo de los verdaderos emprendedores.
Y sobre todo es urgente que se rescate el amplio universo de los medianos y pequeños inversores que son, por historia e inteligencia, los más adecuados para cimentar sobre ellos el futuro de la ciudad.
Si lo público o lo privado imponen en exclusividad sus reglas, estamos en problemas.
Si por el contrario se complementan y se potencian, tendremos un desarrollo virtuoso y sostenido.
De eso se trata, y sin embargo parece haberse perdido de vista