Redacción – Los que quieran endiosarlo encontrarán mil motivos para hacerlo, los que busquen demonizarlo también; pero él, y solo él, logró hoy lo que más buscaba: ser al fin libre.
Si una muerte no puede pasar indiferente para nadie es la de Diego Armando Maradona. En los lugares más remotos del mundo la realidad se tomó un respiro y se puso a hablar de la noticia que nos conmueve a todos y que nadie quería escuchar.
Diego, mal que nos pese, no nos pertenece solo a los argentinos: es una figura de dimensión universal como muy pocos hombres, deportistas o no, llegan llegado a serlo. Y por mucho que lo intentemos y nos empecinemos, acaba de nacer el Maradona asíático, el africano, el europeo, el del Tibet y el de la más pequeña isla perdida en el más remoto de los océanos.
Esa zurda maravillosa gambeteará otra vez a una vida dura, llena de claros y oscuros, tantas veces incomprensibles y aún criticables, e irá decantando para los tiempos venideros en el «barrilete cósmico» que sorprendió al mundo con su magia y su creatividad aún a aquellos que nunca habían disfrutado del fútbol y que aprendieron a gozar con esas filigranas que solo pueden dibujar los dioses de un Olimpo poco frecuentado.
¿Lo demás?…lo demás, que importa, o al menos no ahora.
Diego vivió como pudo y si cometió errores y excesos ya los pagó en vida. Pero que su última comunicación pública -siempre a través de voceros y correveidiles- haya sido su deseo de tener, por primera vez, a todos sus hijos juntos, lo redime, o exculpa y lo explica en ese mundo tantas veces inexplicable de una fama que lo privó de la libertad de elegir libremente, sin presiones y sin cámaras apuntándolo.
Ya habrá tiempo para los caranchos que habitan el cielo argentino y lo habrá para descarnar las responsabilidades en torno a un hombre que desde hace mucho se había convertido en rehén de los intereses de su entorno y en víctima de la peor cara del fútbol argentino. Ya habrá tiempo…
Hoy, aquí y ahora, nos queda llorar ante el final de una estúpida ilusión que todos -aunque ahora no nos animemos a confesarlo- guardábamos en esa parte de niños que tiene nuestro corazón: volver a verlo en una cancha.
Y la tranquilidad de saber que si algún purista custodia hoy las puertas del cielo…Diego va a gambetearlo sin demasiada dificultad.
Si al final…él lleva «la mano de Dios».