Marcelo Tinelli y la diferencia entre el «ser» y el «tener»

RedacciónTinelli siempre quiso estar cerca del poder y utilizó el capital que su vasta audiencia depositó en sus manos. Hoy, sin haber logrado una gota de prestigio, se desliza en caída libre.

 

Marcelo Tinelli pasa por uno de los momentos más complicados de su larga carrera profesional. El hombre que siempre supo ver con anticipación lo que el público demandaba, se hunde hoy entre problemas económicos, soledades políticas y un escuálido ráting que además dispara las revanchas de los dueños de la prensa y la televisión que nunca lo sintieron como uno de ellos. Las desgracias de Tinelli, inocultables y tal vez definitivas, desnudan también las miserias de un mundo en el que la solidaridad y el agradecimiento por tantos éxitos pasados parece estar ausente.

Pero el momento oscuro del conductor muestra que durante tres décadas de éxito nunca supo, o nunca quiso, crecer como persona más allá de la acumulación de poder y dinero y que, en más de una ocasión, cayó en la tentación de creer que con el apriete o las luces del show iba a obligar a quienes manejaban la política, el fútbol o los negocios a arrodillarse frente a él como si la realidad le perteneciese en exclusividad.

Y como tantos otros hombres públicos de esta Argentina sumergida en el desconcierto, Marcelo nunca entendió la importancia del prestigio frente a lo relativo del poder…

La frivolización de la figura de Ana Frank, más allá de las disculpas que en nuestra tierra pretenden dejar todo atrás como si jamás hubiese ocurrido, es el corolario de una cadena de desaciertos que nacen de la incultura y la soberbia de quien lo permitió. La joven víctima de la barbarie nazi es para la comunidad universal un símbolo no solo del sufrimiento sino de una generación arrasada por la locura de la guerra y la demencia de quienes también creyeron que la vida humana era solo una pieza del macabro ajedrez del poder por el poder mismo.

Atrás quedó la frivolidad de una foto en la Mesa del Hambre buscada solo para aparecer junto a los poderosos de turno…

Ya no importan siquiera los reiterados tropezones en su búsqueda por quedarse con el manejo del fútbol y las lecciones recibidas -pero jamás aprendidas- que le propinaron aquellos que de trampas y viveza criolla saben mucho más que él…

Y comienza a quedar atrás la larga historia del dueño de la televisión argentina que, entre fracasos y vanos intentos, no supo repasar los nombres de quienes antes estuvieron en su lugar y  terminaron deslizándose en el tobogán de la decadencia…

Ni siquiera importan ya sus oscuras asociaciones con personajes del poder que cumularon fortunas y negocios que Marcelo compartió y lo hicieron con el dinero destinado al acabar con el hambre y la decadencia en la Argentina.

Porque hay una comunidad universal que sigue adelante, que encuentra sus símbolos permanentes -Ana Frank es uno de ellos- y que «presta» por algunos instantes su atención y su aceptación a líderes emergentes que, en todos los aspectos de la vida humana, deben revalidar cada día ese privilegio sin perder de vista que el otro es el mandante y a ellos le toca la tarea de administrar lo que les fue otorgado para ser cuidado.

Y que la humildad, la preparación y la capacidad de entender que el mundo no es de nadie ni está al servicio de alguno, es el único camino hacia ese prestigio que debería quedar como rédito de los instantes de poder.

Probablemente en su caída Tinelli tropiece con muchos que querrán pisarle la cabeza y disparar sobre él la andanada de sus propias mediocridades y resentimientos. En la crueldad de los medios argentino, si Marcelo ya no sirve para hacer dinero ni es alguien al que deba tenerse miedo, hacer escarnio de su persona puede significar un último aporte de su figura a la miseria de los rátings. Eso será lo menos importante aunque sería bueno que el manto de olvido suplante al remanido recurso de la venganza personal o el escándalo como negocio de los charlatanes.

Lo realmente importante radicará en la capacidad del personaje en hacer su autocrítica y tratar, al menos, de convertirse en un persona capaz de compartir con la sociedad, sin tapujos y descarnadamete, estas lecciones de su propia vida en la que mucho recibió y poco supo administrar con sabiduría.

Así de efímera es la gloria del mundo…