Por Adrián Freijo – A Macri le aconsejaron mantenerse lejos de la marcha; quienes lo asesoran siguen haciéndole creer que la política debe dejar de ser el continente de la gente. Grave error.
Si las mayorías son silenciosas no sirven para nada. Este ha sido uno de los más insistentes axiomas de LIBRE EXPRESIÓN, cualquiera fuese el formato con el que nuestro sello distintivo tuviese para comunicarse con la gente.
Y es que siempre fue muy notorio el desprecio de la dirigencia por el pueblo movilizado, aunque diferentes fuesen las formas de mostrar ese rechazo.
Desde los llamados «movimientos populares» optó por instalarse la movilización paga, hecha de micros contratados, manifestantes pagos -de manera directa o desde la esclavitud de la dependencia de algún subsidio oficial- que servía además para medir la «eficiencia» de dirigentes y punteros. En una palabra, se profesionalizó la adhesión popular.
Comprada o acallada la prensa, no era difícil ningunear cualquier manifestación espontánea, de esas que se hicieron habituales desde la crisis de 2001 y que no impactaban tanto la realidad desde el mismo 17 de octubre de 1945, y e pretendió que respondían a un grupo de los llamados despectivamente «caceroleros», tan «fachos» como para acompañar a Blumberg como para pedir por «la oligarquía terrateniente» cuando el recordado debate por la 125.
Grave error; increíble falta de visión cuando lo que estaba ocurriendo era que millones de argentinos, hartos de no entender el juego al que jugaban sus dirigentes -o por entenderlo demasiado y sentir un profundo asco por lo que estaba pasando- comenzaban a mostrar su protagonismo y a hacer oír su voz.
Y esa toma de conciencia común y esa estrategia compartida por millones, no encontró canal ni liderazgo que la contuviese más allá del uso interesado de algunos líderes políticos, tentados en «sacar la gente a la calle cuando ello fuera conveniente y dejarla en sus casas cuando la quietud fuese garantía de mejores resultados». Grave error...imperdonable error.
Esos millones que gritaban, salían de sus casas y fijaban su posición era un nuevo tipo de mayoría: las mayorías independientes y ruidosas. Que de ninguna manera estaban dispuestas a que algún nuevo dirigente las convirtiese en una nuevo aparato partidario con otras características.
No lo entendió Macri, y mucho menos los que se supone que deben asesorarlo.
No entendieron que a millones de argentinos no les interesa un punto más de inflación, ni los elogios de los grandes medios internacionales ni tan siquiera si el gas, la luz o la nafta se convierte en un problema.
Como en los 70 cuando Perón y los militares se dieron cuenta que un nuevo país era una exigencia de toda una generación, sin importar demasiado su perfil ideológico, ya fue tarde y el país se zambulló en una ordalía de violencia y sordera, Macri deberá darse cuenta que la sociedad está reclamando ahora justicia, castigo a los ladrones y coraje para ponerse al frente de una Argentina que no sea una cara maquillada de la de siempre sino ciertamente un nuevo país en el que la ley y las instituciones sean la expresión formal de la honestidad, la libertad, la seguridad, el trabajo y la educación.
Esta vez dejó pasar la oportunidad. Prefirió «borrarse» y ver que pasaba.
La gente no se lo facturó porque, a pesar de su tibieza y de la falta de visión de sus acompañantes, todavía sigue encarnando la necesidad común de un país mejor.
Pero por ahora…o se sube al pedido de un pueblo que hoy le recordó que lo acompaña, o más temprano que tarde las mayorías nunca más silenciosas irán por un nuevo liderazgo que las contengan.
Porque ya nunca más se dejarán atropellar por los aparatos del fracaso.