Mauricio Macri mintió mucho en la campaña electoral. Pero lo peor es que lo hizo por estar convencido de que los argentinos no están capacitados para ver la realidad. Olvidó que mentir siempre es malo.
«No vamos a devaluar» dijo el candidato; y aunque todos sabíamos que era imprescindible salir del aquel cepo inexplicable al que Cristina había condenado al país, no fuimos pocos los que comprendimos que Macri mentía a sabiendas para tratar de arañar los votos de millones de compatriotas que realmente creían posible que semejante disparate fuese cierto. Por supuesto, llegó al poder y devaluó. Era la lógica y era inevitable…pero mintió.
«El Fútbol para Todos sigue como está hasta 2019» sostuvo la noche del histórico debate con Daniel Scioli. Un porcentaje amplio de argentinos responsables sabíamos que era un disparate que, en un país traspasado por la necesidades, el estado gastase $2.900 millones por año en transmitir fútbol. Pero el candidato, aconsejado por sus asesores, eligió la mentira para captar la voluntad de varios millones que por una pelota son capaces de elegir quienes tienen que gobernar, aún sabiendo que ese dinero podría ir a cosas como la educación, la salud o la vivienda. Por supuesto, llegó al poder y terminó con la fiesta futbolera. Era la lógica y era inevitable…pero mintió.
«Se va a terminar la corrupción de usar la plata de los jubilados para la campaña política» bramó en medio de su cruzada moralizadora -esa a la que se olvidó de invitar a su primo Calcaterra y aún a su mismo padre- adelantando de que la plata del ANSES sería intocable desde el momento de su llegada al poder. Ahora anunció que tomará $50.000 millones de esa «caja» para otorgar, durante la campaña que nos depositará en octubre, créditos blandos con destino a esa clase media que comienza a encresparse con las medidas de ajuste del gobierno. También mintió…
Si las medidas tomadas son más realistas que las anunciadas no tiene mucho que ver con el fondo de este comentario editorial. Nosotros solo queremos recordar que es imposible construir una república sobre la mentira y que ésta es propia de la demagogia y no de la democracia.
Y que ya se está haciendo costumbre que un mentiroso desaloje del poder a otro mentiroso y que lo haga mintiendo a sabiendas.
Como en un círculo vicioso que sigue fagocitándose la virtud de la política como arte de la convivencia de la gente.