Muerte en el HIGA: cuando la sociedad pasa los límites morales

El paciente falleció por la falta de un gastroenterólogo y la ausencia de equipamiento para llevar adelante la operación. Una situación que expresa la descomposición del estado.

Un hombre de unos 50 años murió luego de ingresar al Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA) con un cuadro de hemorragia digestiva y no recibir la atención médica que necesitaba. El paciente falleció debido a la ausencia de profesionales en el área de endoscopia y la falta de equipamiento para llevar adelante la operación.

La situación -que pone otra vez en el centro de la escena a nuestro principal nosocomio- es demostrativa de la indiferencia del estado ante los sufrimientos del ciudadano y hasta que punto la política ha dejado de considerar a la vida como un valor a proteger.

“Teníamos una persona con hemorragia digestiva y durante el jueves, viernes y sábado le informamos al directorio que necesitábamos una endoscopía de urgencia”, dijeron fuentes del hospital.

Los directivos le dieron como respuesta que “tenían un endoscopista recién el lunes”, cuando el cuadro ya era irreversible. “Cuando nos avisaron, el hombre ya estaba con respirador artificial y su cuadro no tenía vuelta atrás. Estaba vivo pero gracias al esfuerzo médico que había detrás”, puntualizaron las fuentes.

Además informaron que había tres pacientes más con hemorragias digestivas, pero “tuvieron suerte porque dejaron de sangrar solos”. “Este hombre no tuvo tanta suerte como los otros dos y perdió la vida cuando lo podríamos haber evitado”, se lamentaron.

Solo podíamos verlo morir
“Lo único que podíamos hacer los médicos era verlo morir”. Es conmovedor el testimonio de los profesionales del hospital tras el caso del hombre que murió como consecuencia de la falta de un médico en el área de endoscopia.

Sin embargo hay preguntas que inevitablemente todos nos hacemos y que deberían tener una respuesta lógica aunque ello parezca imposible: ¿porqué no se hizo la denuncia pública, como forma de presionar a las autoridades a resolver el caso con la urgencia que requería?.

La sensación que nos queda es que, una vez más, se esperó la consecuencia para denunciar la causa, en vez de salir al paso de ésta para vitar que ocurriese aquella.

“El hospital esta sin endoscopia de guardia, lo que significa que toda hemorragia digestiva que llegue no puede ser atendida”, dijeron los profesionales. La historia reciente marca que de haber recurrido cualquiera de ellos a la justicia con antelación, hubiesen logrado la medida cautelar suficiente y necesaria para resolver la situación. No se hizo y, una vez más, se prefirió esperar este final anunciado.

La falta de especialistas y la carencia de equipamientos se da no solo en la parte de endoscopia sino también en distintas áreas del hospital, como la guardia, el servicio de patología, tomografía y radiografía. “Un tomógrafo está roto, en los equipos de rayos pasa lo mismo y no tenemos camas para ninguna área”, enumeraron.

Lo único que podíamos hacer fueron transfusiones

Alejandro Loreti, titular de la Asociación de Profesionales de la Salud, habló sobre el caso del paciente que falleció en el HIGA y sostuvo que “el hombre quedó a la buena de Dios y sólo le hicieron transfusiones de sangre, pero sin poder determinar qué era lo que originaba la hemorragia del paciente”.

“Los profesionales se van porque pagan miserias, 11 mil pesos por 36 horas. Este gobierno no hace nada para mejorarlo, sino que lo empeora. El estado forma a los residentes y los expulsa del sector público. En el sector privado ganan tres veces más” sostuvo

Responsabilidades compartidas que pasan por las autoridades provinciales, que hace décadas han abandonado las políticas hospitalarias para cambiarlas por márketing y promesas vacías, las autoridades del HIGA, que hacen silencio frente al estado calamitoso del lugar y el cuerpo médico que espera que ocurran casos como el presente para denunciar las condiciones inhumanas que deben sobrellevar.

En el medio, el eslabón más débil de la cadena: los ciudadanos. Acostumbrados también en la cuestión de la salud a ser siempre el último orejón del tarro.

Aunque les cueste la vida.