NI VIEJOS NI ANCIANOS, TAN SOLO DESECHABLES

Si algo va a dejar este tiempo de crisis, y es bueno decirlo ahora antes de que como siempre lo barramos debajo de la alfombra, es la cosificación de los adultos mayores y su abandono.

Para ellos no hay ayuda del estado -más allá de un magro bono de $3.000 que convierte, por pocas semanas, un haber inmoral en uno inaceptable. Y nada más…

Tal vez por que no son parte del «sistema productivo» -que en la Argentina no produce desde hace décadas ni siquiera lo necesario para el consumo- no tendrán alicientes, incentivos, créditos a tasa cero (que serán entregados con emisión pero también con los fondos de la ANSES que les pertenecen y que a ellos les prestamos al 30%) ni ninguna otra de las facilidades que hoy el estado pone en el mercado para que no se caiga la actividad más allá de lo tolerable para que no se rompa el sistema. Como si el sistema hubiese demostrado alguna utilidad en el pasado…

Para ellos el encierro, que no sería distinto al del resto de la sociedad, pero con el «valor agregado» de la humillación: mientras los tenemos adentro discutamos a los gritos, por televisión, entre «especialistas», y asegurándonos de que nos oigan, si es mejor dejarlos para siempre en esa situación, esperar que sea el momento adecuado para decidir su destino o…¿matarlos?. 

Hace unas pocas semanas se los mandó a la calle para hacer largas colas que les permitiese cobrar sus haberes previsionales. Una elefantiásica estructura estatal, que le cuesta al contribuyente miles de millones de pesos por año, no había tenido tiempo para conocer que 2.5 millones de jubilados no estaban bancarizados y ni siquiera para leer en los diarios que ese mismo día se arrimaban a los bancos  los beneficiarios de las AUH y AUE.

El resultado todos los recordamos. ¿La solución?…culpar a «los viejos» de irresponsables y antisociales.

Eso sí…para el márketing y la politiquería no hay nada mejor que los adultos mayores. En un pie de igualdad con los niños, a quienes se les promete un futuro luminoso mientras se mantiene a seis de cada diez de ellos por debajo del límite de la pobreza.

Ancianos con caras felices, en ambientes luminosos y plenos de confort, con buenas ropas y mejores casas, rodeados de familias felices y afectos desbordados aparecen por miles en los spots publicitarios de la ANSES, el PAMI y por supuesto las campañas políticas. Nada que ver con esa quejosa minoría de argentinos añosos que viven hacinados, de la limosna familiar, rodeados de soledad y tristeza, cobrando la jubilaión más baja de los últimos treinta años…y que son solamente el 72 % de los mayores de 60 años que habitan nuestro suelo. 

Y ahora, cuando más necesitan sentir que a alguien importan, se los quiere encerrar, aislar y abusar. Si…abusar…porque eso y no otra cosa están padeciendo en su indefensión, su abandono y su tristeza. Y porque no puede llamarse de otra forma que no sea un abuso el que se los induzca a llamar a una línea telefónica para saber que es lo que pueden hacer; como si para ellos la Constitución Nacional fuese un estigma.

Sería interminable la lista de viejos sabios, activos, brillantes, con experiencia y capacidad de liderazgo que aún hoy marcan el paso del mundo. Y absurdo pretender que por ello tengan más derechos que los demás o que su condición de seres activos, inteligentes y capitalizados por el tiempo sea un privilegio.

Pero es de estúpidos o perversos desconocer que un parásito activo -el que teniendo edad para trabajar y producir prefiere vivir a la sombra de un estado que financie su ocio- puede reclamar supuestos derechos por el solo hecho de ser joven.

Y es de crápulas tratar de esconderlos para fingir que no vemos que les hemos robado, les estamos robando y nos disponemos a seguir haciéndolo. 

Alguna vez deberemos analizar con detenimiento e inteligencia cuanto del desprecio a la niñez y a la tercera edad hay en el fracaso argentino. Porque unos representan el mañana y otros nos anclan con nuestra propia historia. Y sin un pie en el ayer y otro en el futuro…sencillamente no hay presente.

A pensarlo bien entonces antes de encerrarlos, desecharlos o sencillamente dejarlos morir. Porque aunque parezca una incongruencia, pensar en nuestros viejos es en este momento de crisis universal una apuesta a lo que viene.

Claro…si es que queremos que lo que viene sea distinto a lo que fue.