Hace siete años la vida de Alberto Nisman llegaba a su fin y todavía hoy seguimos acumulando dudas, posibles responsables, cómplices e instigadores. Siete años después las siete plagas se agitan sobre su cadáver.
Cada una de las siete plagas con que Dios castigó a Egipto iba a ser una demostración de que sus ídolos elevados a la categoría de deidades no tenían ningún poder y que el que tiene potestad sobre toda las las cosas era justamente Dios.
Y es que Moisés y Aarón fueron a decir al Faraón: «Deja partir a mi pueblo para que celebre en el desierto una fiesta en honor de su Dios» y aquel respondió: « ¿Y quién es el Señor para que yo le obedezca dejando partir a Israel? Yo no conozco al Señor y no dejaré partir a Israel»
Y así como hace miles de años la soberbia de quien mandaba desató la desgracia sobre su pueblo, hace ahora siete años que la convicción de nuestros gobernantes acerca de que todo pueden hacerlo sin pagar precio alguno disparó un arma de fuego que desencadenó, como en el relato bíblico, siete plagas que en realidad hacía mucho que convivían con nosotros.
Primera plaga: la duda eterna. ¿Pudo la muerte de Nisman ser ordenada por Cistina o por alguien cercano a la presidencia?. Por supuesto que si; existía un motivo y una oportunidad.
Sin embargo esta duda se enmarca en centenares de otras que enmarcan la historia de un país lleno de impunidades. ¿Quién mató a Moreno?, ¿quién ordenó el asesinato de Facundo?, ¿quién estuvo realmente tras la muerte de Aramburu?, ¿quién tiene las manos de Perón?…¿quién?. ¿quién?, quién?.
Segunda plaga: la duda puntual. Cristina, y varios de sus colaboradores, tenían motivos para ser sospechados de una connivencia con los autores del atentado a la AMIA. Una investigación que más de una década después, y ya sin el molesto fiscal en el medio, sigue teniendo en jaque a la ex presidente a y aquellos que son marcados como autores -por acción u omisión- de un encubrimiento que puede estar escondiendo otra plaga nacional.
Tercera plaga: la duda moral. Porque la corrupción, la teoría pretendidamente maquiavélica de que «el fin justifica los medios» -el fino pensador y diplomático florentino se refería a los medos lícitos y no a otros- pone en el escenario de la investigación causas y personajes anteriores a la muerte de Alberto Nisman y que por su participación en el monstruoso atentado también eran beneficiados por la desaparición del fiscal.
Desde el más alto poder político de la república -nada menos que siete mandatarios, aunque algunos efímeros, hasta jueces, fiscales, directivos y miembros de las agencias de seguridad, policías, peritos y no pocos periodistas poseían informaciones previas al informe Nisman, ese que fue despanzurrado sin vergüenza alguna tras su muerte, y como Cristina iban a ser citados a declarar en la causa.
Cuarta plaga: la duda judicial. Jueces separados de sus cargos por comprar testigos, fiscales que avanzaban a paso de tortuga -carga que también llega al propio Nisman que repentinamente pisó el acelerador y la emprendió contra Cristina luego de largos años de cabildeos, una investigación de costo millonario y poco o ningún avance- para luego, ya producida la muerte del fiscal disparar la más torpe, vergonzosa, desprolija y malintencionada pesquisa de la que tenga memoria la república.
Berni con sus zapatones y acompañantes contaminando la escena del crimen, la fiscal Fein dando cátedra de incapacidad funcional que tantas veces rozaba la personal y el «milagroso» personaje de Lagomarsino apareciendo para complicar más todo lo que era complicable y volver sencillo lo que en realidad no tiene explicación alguna.
La disolución de la fiscalía especial -vaciada de hecho, sin personal ni presupuesto- la decisión de anular la cusa por encubrimiento que hubiese permitido a la sociedad escuchar de boca de los imputados el porqué de un acuerdo que aún nadie logra entender, y esa sensación generalizada de creer que hoy los acusados son aliados y amigos del gobierno, no deja de crear en el alma de los argentinos una sensación de desprotección, una más, que difícilmente sea superada en el tiempo.
Quinta plaga: las trampas de la memoria. Esas que hacen que el nombre de Nisman aparezca tan solo para los aniversarios, mientras los de sus asesinos de afuera y sus presuntos encubridores de adentro se multipliquen hasta el cansancio como grandes personajes y gobernantes en sus naciones de origen. Repetirlos sería ocioso y a la vez obsceno.
Sexta plaga: la vocación de que nada cambie. Alberto Nisman conocía perfectamente el submundo del espionaje argentino. De hecho su trabajo codo a codo con Jaime Stiusso, el más putrefacto de los agentes de la SIDE y al que el propio Néstor Kirchner colocó como mano derecha del fiscal, le permitió conocer los entretelones del poder, los arreglos y hasta las «sugerencias» que desde Balcarce 50 que llegaban a la Fiscalía Especial de Investigación del atentado a la AMIA -dotada de una autonomía absoluta- para que la pesquisa se orientase en uno u otro sentido.
Solo cuando Stiusso cae en desgracia con Cristina y se dispone a embarrar la cancha, aparecen en el expediente los hechos que llevarán al procesamiento del canciller Timerman, DÉlía, Esteche, miembros de la comunidad iraní local y funcionarios y agentes del país señalado como autor del atentado.
Y como frutilla del postre...la denuncia que Nisman iba a ser pública horas ates de que su cadáver se clavara en la ensangrentada estaca de la historia argentina.
Sin embargo ni la trágica muerte sirvió para que algo cambie en ese submundo de los espías argentinos: Parrilli y su encubrimiento de todo lo denunciado por Nisman, la oscura y escandalosa etapa de la AFI macrista y la continuidad de los viejos vicios en tiempos de Alberto son pruebas palpables de que la intención sigue siendo mantener viva una estructura que solo sirve para espiar adversarios, crear mugrientas operaciones políticas y desviar fondos para fines generalmente inconfesables, siempre emparentados con la corrupción y el clientelismo político.
Séptima plaga: la Argentina misma. Porque nada hace pensar que a alguien interese seriamente cambiar este estado de cosas. Se hará una marcha, se cantarán consignas, se recordará el nombre del fiscal, se recibirá el silencio como respuesta, se alzarán las voces para señalar culpables, los periodistas haremos reseñas de compromiso...y después todos a casa hasta el año que viene.
Total Nisman murió, los que le dispararon o lo obligaron a hacerlo saben que la mano de la justicia nunca los alcanzará, y las víctimas de la AMIA se convierten poco a poco en un olvido trágico, pero olvido al fin, o un cliché incorporado como La Revolución de Mayo, La Vuelta de Obligado, La Reforma Universitaria, La semana Trágica, La guerra de Malvinas, el 17 de octubre, las Invasiones Inglesas, el drama de los desaparecidos, los muertos y los secuestrados y el terror de debatir la obviedad de que hubo también miles de inocentes que cayeron sin ser parte del sector ideológico que se adueñó de la historia y todas esas cosas a las que le ponemos nombre propio para cerrar su capítulo sin ocupar más tiempo en buscar sus causas profundas.
Porque Argentina es una plaga en sí misma, que termina comiéndose hasta su propia historia.
Pero es una plaga creativa: hace de cada hecho un relato, una narrativa o una imagen que le conviene a su histórica decisión de seguir adelante como si nada hubiese ocurrido.
Hace siete años, la séptima plaga se cobró la vida de un fiscal que iba a denunciar un pacto de impunidad que aún nos avergüenza y nos sorprende.
¿A quién le importa?…