No había «Plan B»: el gobierno se aferra a recetas ya intentadas

Por Adrián FreijoLa peor señal de echar mano al FMI y sus recetas sea tomar nota de la ausencia de un plan alternativo propio. Un escenario tan repetido como preocupante.

No había Plan B; el gobierno apostaba todo a un gradualismo que en muchos meses se convirtió en parálisis y agotó en este tiempo la paciencia de la sociedad y el humor de los mercados. Mientras aquella jugaba sus cartas a terminar con la decadencia constante a la que la sometieron el peronismo y sus ficciones, estos seguían esperando un ajuste fiscal que nunca llegó y a las inversiones que brillaron por su ausencia.

Y el gobierno, que ya en diciembre de 2017 debió tomar nota de la lenta decadencia de sus intentos, se quedó esperando vaya a saber que cosa que, por arte de magia, terminara con los problemas.

Todo quedó a mitad de camino; la lucha anti inflacionaria se anulaba con la política de tasas del BCRA que seguían alimentando la especulación financiera; el dólar se mantenía medianamente estable por el delirio del rendimiento de las LEBAC, aunque cualquier principiante se daba cuenta que el aumento de reservas se debía al ingreso de dólares especulativos que iban, justamente, al mercado loco de los bonos y el déficit fiscal se mantenía muy por encima de la lógica, alimentado por una administración que lejos de ajustarse seguía acumulando gastos y funcionarios por doquier.

«Tiene que haber un Plan B que aplicarán en el momento justo» decían los que aún apostaban por creer. Y no…no había. Ni Plan B ni lectura adecuada de la realidad.

La mala praxis del gobierno de Mauricio Macri, lleno de teóricos con escaso contacto con la calle y la realidad, quedó expuesta cuando una simple versión de gravar la renta financiera -hecha en el peor momento y cuando los mercados mundiales temblaban ante la apreciación del dólar y la suba del precio del petróleo- produjo una corrida que ingenuamente trató de frenarse con drenaje de reservas. En apenas tres semanas la Argentina perdió U$S 4.000 millones de sus reservas, sin conseguir frenar la cotización.

Y solo en los últimos siete días entregó U$S 1.400 más y obligó a los bancos a hacer lo mismo con U$S 2.000 millones de sus tenencias.

U$S 7.400 millones quemados contra una moneda que solo por momentos pareció ceder su tendencia alcista pero que no encuentra su precio ni su estabilidad.

Ante esta realidad se resuelve recurrir a un FMI que después de las crisis de Grecia, España, Italia, Portugal y en menor medida Francia, se ha convertido en un oprganismo rechazado como alternativa por todas las economías mundiales. Sus recetas han demostrado no ser útiles para evitar llegar a una crisis y mucho menos para salir de ellas.

Tras aquellos episodios europeos hubo un tibio intento de remozar sus ideas pero todo quedó rápidamente en la nada. Más bien se aceptó que su función sería de monitoreo de las cuentas públicas, dejando la decisión de inversiones en su viejo compañero de ruta el Banco Mundial. La continuidad de Cristine Lagarde como directora fue una clara señal de que «aquí no ha pasado nada».

La otra evidencia es que, mientras el gobierno insistía en que estaba todo bien, ya negociaba secretamente con el FMI un salvataje que aparecía como la última tabla a la que aferrarse: el anuncio de Dujovne en el sentido de achicar la obra pública y restringir la meta del déficit fiscal son medidas clásicas que el organismo exige para comenzar a negociar. Demasiada casualidad…

¿Qué podemos esperar?…no hay secreto. Ajuste del gasto público -despidos incluidos-, achicamiento del consumo, venta de activos estatales, corsé para los aumentos salariales y las jubilaciones, aumento de la presión fiscal y precios dolarizados.

Siempre fue igual y siempre terminó igual. Una vez que se cae en las redes del Fondo solo se sale de ellas con la clase media agobiada o por implosión (1981 con la estatización de la deuda privada que orientó Cavallo, 1987 con hiperinflación durante la administración de Alfonsín y su Plan Austral, 2001 estallido de la Convertibilidad).

Igual le pasó a México (1990 Efecto Tequila) a Brasil (1994 Efecto Caipirinha) y le había pasado a Rusia pocos años antes. Donde entra el FMI con sus recetas, sale toda posibilidad de desarrollo económico de las naciones en las que se asienta.

Aunque lo más grave sigue siendo enterarnos de que el gobierno  no tenía una alternativa pensada para el caso de fracasar en su heterodoxa política gradualista.

Y esa irresponsabilidad y falta de solidez funcional sea hoy el más grave problema que debe afrontar la Argentina.