(Por Adrián Freijo) – Fueron muchos los intentos de reforma policial encaradas en el pasado; y todos fracasaron. Tal vez la razón no esté en las formas sino en vaciarlas de participación del personal.
“Estamos convencidos de dar la batalla contra las mafias, la corrupción y la desidia, por eso empezamos una reforma en la Policía de la Provincia, apostando a los que hacen las cosas bien y dándoles todo nuestro apoyo”, decía la mandataria bonaerense ante la Asamblea Legislativa. Sin embargo, y como muchos de sus antecesores, Maria Eugenia Vidal insiste en el error de considerar al personal policial como un número en un legajo y encerrarse en negociar solo con las cúpulas que por antigüedad vienen desde los tiempos en los que se intentaron otras reformas que fracasaron estrepitosamente.
Y en el mismo sentido, agregaba: “Instruí que todos los cargos policiales, de Subcomisario en adelante, y el mismo rango para el Servicio Penitenciario, presenten en el plazo de treinta días sus Declaraciones Juradas y lo hagan públicamente”. Para algunos esta declaración de Vidal fue la gota que colmó el vaso de una relación que ya venía tirante.
Los hechos ocurridos en las semanas siguientes, con el robo perpetrado en la casa del jefe comunal platense Julio Garro, y a los pocos días los secuestros expres, alertaron a las autoridades de la posibilidad de estar recibiendo «un vuelto» por los intentos reformistas.
Pero nada de esto cambiará -ni siquiera con la anodina reestructuración planteada y que no atiende ninguna cuestión de fondo- si la gobernadora no entiende la necesidad de cambiar el punto de partida de cualquier reforma. Esto es atender las demandas del personal policial que siempre ha sido dejado de lado desde el retorno de la democracia.
Cuando se trató de terminar con el «efecto Camps» en los albores del nuevo tiempo, se negoció entre el gobierno y las cúpulas de entonces, todas involucradas en el tiempo que se quería dejar atrás.
Para terminar con la «Maldita Policía» se negoció con sus jefes y jerarcas y se terminó en una grosera depuración que dejó afuera a centenares de efectivos entre los que había profesionales honestos y preparados que no volvieron a ser convocados. Aquella reforma, conocida como «Arslanián», pretendió que un corte horizontal era suficiente para arrancar de nuevo y hoy se sigue pagando el precio de semejante disparate.
Y ahora, por tercera vez, se comete el mismo error. Los acuerdos entre la cúpula que se fue en diciembre, el actual Ministro de Seguridad, su antecesor y las nuevas cúpulas han dado como resultado un tembladeral desprolijo en el que se hunden las expectativas de miles de efectivos que sueñan lograr, por fin, una policía en la que el mérito sea vía de ascenso y la corrupción puerta de salida.
Pero nada de eso va a ocurrir si la máxima autoridad de la provincia no comprende que los enemigos están a su lado y sus aliados naturales son miles de hombres y mujeres uniformados que solo esperan, alguna vez, ser consultados.
Una tropa desanimada, sin conducción estratégica ni política, mal equipada y mal remunerada está arribando a un estado deliberativo peligroso. Máxime cuando esa deliberación no tiene interlocutores.
Si algo faltaba para demostrar el desprecio de las jerarquías y del poder político fue la burla ocurrida en ocasión de anunciar un aumento salarial tramposo, torpe e imposible de sostener más allá de algunas horas. La única intención era parar la protesta que ya estaba organizada por parte del personal.
¿Que se ganó con semejante actitud?, apenas eso…un poco de tiempo. Pero la furia común ha vuelto a renacer y se agota rápidamente el tiempo de la especulación. Las respuestas deberán ser concretas, inmediatas y serias, aunque solo sirvan para frenar un enojo puntual sobre un tema específico. Después deberán llegar las soluciones de fondo y replantear una Policía de la Provincia profesional, seria, equipada e integrada a la sociedad.
Lo que nunca ocurrirá si no se escuchan las inquietudes de sus hombres y mujeres que son el mejor capital…sino el único.