Obama y una lección que nos llevará muchos años aprender

(Escribe Adrián Freijo)En cada palabra el presidente de EEUU marcó la diferencia de visión que existe  en la cultura política de ambos países: ellos hablan del hombre, nosotros del pueblo.

Si el oyente no presta atención fina a la palabra de Barack Obama -o de cualquier líder de su país o de Europa- es probable que termine convencido de que habla de las mismas cosas que nosotros. Y no es así…

En todo caso se estará refiriendo a temas comunes pero nunca a las mismas cosas.

Todo el discurso del presidente norteamericano -brillante por lo claro e inteligente por el enfoque- giró en torno al hombre como centro del sistema político democrático. Dejó de esta forma en claro algo que es como una segunda piel para el ciudadano de su país, porque hace a la cultura de los Padres Fundadores, a su concepción cuasi religiosa de la política y a su mirada sobre la construcción social: el hombre es el protagonista del esfuerzo común y el conjunto es el resultado deseado.

En nuestra sociedad, colectivista y populista desde hace casi un siglo, la realidad nos muestra que en el discurso de nuestros líderes es «el pueblo» el centro de la acción y el destino de los desvelos. Y dentro de esa generalización demagógica el hombre como individuo se convierte en  solo un engranaje anónimo y siempre sujeto al éxito o fracaso de las políticas del «dueño» del conglomerado que es, como no podía ser de otra forma, el estado.

Y es esa masificación cultural y política que nos caracteriza la que marca la gran diferencia con las sociedades exitosas -o al menos aquellas capaces de dar a sus ciudadanos un grado de bienestar mayor al promedio nacional- con los decadentes populismos que azotan a la América Latina desde hace décadas.

Mientras no se entienda que desde la promoción del individuo -y no desde un anonimato colectivo- se logra extraer lo mejor de él y conseguir potenciar su conciencia del bien común, el destino decadente del país y la región no cambiará.

Cuando el hombre siente que su esfuerzo vale la pena y que el mejoramiento de su cultura y capacidad tiene un sentido, recién entonces comprende la necesidad de cuidar a la sociedad en su conjunto; porque ella se vuelve escenario de sus posibilidades y continente de sus avances.

Mientras que en los proyectos colectivistas los logros individuales se diluyen y el interés del conjunto termina por igualar el esfuerzo con la desidia y la capacidad con la adhesión fanática a los liderazgos.

Por eso la lección que deja Obama tras de sí debería ser leída con inteligencia por los argentinos. Aún estamos a tiempo de valorizar al hombre como centro de una sociedad justa y moderna y abandonar al colectivismo como razón de ser de un monstruo de mil cabezas que debe ser alimentado en su pasividad gregaria.

Y así tal vez algún día todos los argentinos se encuentren trabajando por el bien común y no por las consignas vacías.

Y cambiemos nuestro destino.