La derrota de la Selección Nacional en la Copa del Mundo no nos alegra y ello es lógico. Pero tampoco nos deja el sabor amargo que tantas veces hemos tenido en la boca cuando representaciones nacionales demostraron no saber perder o nos dieron triunfos teñidos de mañas y hasta de trampas de las que luego parecíamos enorgullecernos. Este equipo serio, trabajador y entregado en cuerpo y alma a lograr un objetivo, es el ejemplo de lo que el deporte exige de los hombres y nos marca un camino que sería muy bueno que decidiésemos recorrer como sociedad. Juntos y decididos podemos dejar una imagen tan admirable como la que estos jugadores proyectan sobre la historia del fútbol nacional.
Alejandro Sabella estuvo siempre lejos del escándalo o el alto perfil. Sabe mucho de fútbol y lo demostró en sus exquisitos tiempos de jugador y en su trayectoria de técnico claro, preciso y con una inocultable capacidad para extraer lo mejor de sus planteles.
Supo superar las presiones de cuarenta millones de entrenadores apasionados, vehemente, caprichosos y que seguramente sabemos mucho menos que él.
Y armó un plantel; su plantel. Equilibrado en lo futbolistico y sin fisura alguna en lo anímico y en todo lo que tuvo que ver con la convivencia.
¿Cuántos años hace que una delegación de la AFA pasa por una prueba de tensión de esta magnitud sin que aparezcan trascendidos, peleas, caras largas?.
¿Cuánto que ninguna nota disonante pone en evidencia actitudes de vedetismo o pretensiones de privilegio?.
Sabella armó un equipo y en la cancha demostró que no estaba equivocado.
Porque si algo debe rescatarse de esta experiencia de Brasil 2014 es que Argentina fue eso: un equipo. Solidario, sacrificado, de roles y no de individualidades.
Casi como quisiésemos que fuera nuestra sociedad, unida y sin “elegidos” y seguramente como siempre han sido los verdaderos grandes que no necesitaron de actitudes estrambóticas para demostrar esa grandeza.
Caballeros en la cancha -aún en la derrota la frustración no se convirtió en violencia o grosería- y concentrados en el trabajo fuera de ella. Y muy, muy lejos de bidones con remedios que dañaran al rival, medallas tiradas en el suelo, cortes ficticios en la cara o planteles retirándose de la cancha mientras se premia a los ganadores.
Perdimos y estamos tristes. PERO INICIAMOS UN PROCESO SERIO Y SACRIFICADO QUE TIENE QUE PONERNOS CONTENTOS.
Porque somos argentinos y pretendemos que cuando alguien sale por el mundo a representarnos lo haga con la grandeza con que los jugadores de la Selección demostraron en todo momento.
Gracias Selección…esta vez la derrota nos llena de orgullo y nos aleja de algunos triunfos que debieron llenarnos de verguenza.
Aunque nos cueste admitirlo.