Por Juan Javier Negri (*) – No es de extrañar la frase se invoque para recordar que ante cualquier controversia con el poder público están prestos los jueces y tribunales para decir la última palabra.
Había una vez un rey muy poderoso que se llamaba Federico. Gobernaba sobre un país grande, importante y con gente educada. El rey tenía un palacio en el campo, donde pasaba los veranos cuando el tiempo era cálido y agradable. El resto del año en aquel país hacía mucho frío.
En el palacio se celebraban suntuosas fiestas, a las que el rey convocaba a muchos invitados, incluyendo a músicos y compositores. En los bosques vecinos, además, se organizaban grandes cacerías. En todas esas fastuosas ocasiones el palacio era visitado por todo tipo de personajes: desde príncipes y nobles a artistas y hasta filósofos.
Muy cerca del palacio, vivía un molinero en su molino. Éste tenía grandes aspas, que, apenas se levantaba un poco de viento, comenzaban a girar y a mover la gran piedra que convertía el trigo en harina. Pero el ruido de esas aspas molestaba al rey. Y éste pensaba que ese mismo ruido podía incomodar a sus invitados.
Al rey también le parecía que el molino afeaba el paisaje que se veía desde los salones del palacio. No sólo eso: el ruido de las aspas podía ahuyentar la caza y convertir sus divertidas cacerías en aburridas cabalgatas.
Entonces el rey Federico ordenó que trajeran el molinero a su augusta presencia. Lo recibió en la sala más importante del palacio, con su capa y su corona y rodeado de sus ministros, ataviados con su ropa de corte y sus pelucas empolvadas. Y desde lo alto del trono el rey le dijo al molinero: «Tu molino es una molestia para el palacio». Y agregó: «Estoy dispuesto a comprártelo». Pero el molinero, estrujando su sombrero en sus manos, se negó. “Señor, este molino ha estado en manos de mi familia por noventa años. Es el fruto del trabajo de mis padres y de los padres de mis padres. No lo quiero vender ni por todo el oro del mundo”.
Entonces el rey le preguntó: “¿Pero no sabes que si quiero puedo destruir tu molino sin tener que pagarte un solo centavo?”. El molinero respondió: «Eso, majestad, sería una gran injusticia y usted lo sabe». Entonces el rey, señalando con su mano adornada con el anillo de sello con el gran escudo del reino hacia donde se encontraba la capital de ese país, le dijo: «Para eso hay jueces en Berlín».
Según otra versión de esta historia —y que nos gusta más que la anterior—, cuando el rey le hizo saber al molinero que destruiría su molino, el pobre hombre le dijo, en voz fuerte, aunque seguramente temblorosa, “Sire, es gibt noch Richter in Berlin” (“Majestad, todavía quedan jueces en Berlín”).
Y así fue como el molinero planteó el caso ante los jueces de aquella ciudad, que dictaron una sentencia en su favor. El rey Federico, que ya había comenzado a destruir el molino, no tuvo otro remedio que acatar la sentencia. Desobedecerla habría minado para siempre su prestigio de hombre probo y de rey cabal y justo. Paró al momento la demolición del molino e indemnizó adecuadamente al molinero por todos los daños que le había causado.
“De esa historia fabulada —de la que circulan diversas versiones— sobre el rey de Prusia, Federico II el Grande, y el molinero de Sans Souci, ha quedado y se ha difundido una frase, una afirmación: «Hay jueces en Berlín», convertida con el tiempo en uno de los lemas de la cultura occidental, que lo presenta como uno de sus mayores logros: el Estado de Derecho, la sujeción del poder público a la ley y al Derecho, que solo se garantiza y hace efectiva al reconocer el control de su actuación por los tribunales de justicia”.
“No es de extrañar por ello que la frase se invoque de manera recurrente, que viaje por las grandes ciudades y capitales occidentales, a los dos lados del Atlántico, para recordar que ante cualquier controversia con el poder público están prestos los jueces y tribunales para decir la última palabra en la aplicación del Derecho” (Esteve Pardo, José, Hay jueces en Berlín: un cuento sobre el control judicial del poder, Marcial Pons, Madrid, 2020).
(*) Esta nota ha sido preparada por Juan Javier Negri. Para más información sobre este tema
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