Bajemos los puños, aflojemos el gesto, relajemos la crispación de nuestras posiciones irreductibles. Acaba de comenzar una jornada que debe acercarnos más a la hermandad que a la guerra.
Posemos una mirada tierna sobre esa causa común, con dolores comunes y juramentos comunes que nos comprometen hasta el final de nuestros días…o hasta que llegue el momento.
Pensemos en fríos sin abrigo, rocas sin refugio, olas sin medida y vientos sin cobijo. Y pensemos que bajo ese paisaje osco, inhóspito, 230 tumbas nos preguntan aún si valió la pena. Si su sacrificio y adiós sirvió, al menos, para que nos sintiéramos más cerca unos de los otros.
Mañana volveremos a lo nuestro; en pocas horas el otro volverá a ser el enemigo a destruir que siempre necesitamos para sentirnos más ”enteros”. Retomaremos la normalidad de encontrar un culpable y un pretexto para todas las cosas que no pasan.
Pero ahora, por favor, paremos un instante, cerremos los ojos, tomemos la mano que tengamos más cerca y repitamos, sin dudar ni temer, ese conjuro de argentinidad que fue, es y será la palabra...MALVINAS.
Dejemos de ser por un instante “los unos y los otros”, y reflexionemos en un mandato común, un sueño compartido y un tiempo en el que, aún en el error, nos sentimos todos hermanos.