Redacción – La gente no cree en lo publicado. La percepción de una profesión en alquiler, postrada frente a intereses económicos, expulsa a la sociedad hacia alternativas que excluyan al periodista.
Es cierto que la calidad del periodismo ha sufrido una caída vertical a lo largo de los años. De aquellos tiempos en el que los intelectuales más brillantes, se coincida o no con su mirada sobre el país, ejercían la profesión y marcaban el tono del debate público, a estos en los que sin siquiera sonrojarse, los hombres de prensa cambian de opinión como de ropa interior cuando sus mandantes directos, los medios, o los solapados, los políticos que compran opinión por kilo, resuelven que aquello que ayer sostenían hoy no tiene más ventajas para extraer, ha pasado mucha agua bajo el puente.
Sea por lo que fuese la sociedad ha dejado de creer en el valor de la profesión y busca en los medios tradicionales tan solo el show, mientras se vuelca a los alternativos -esos que se construyen con la opinión individual de los usuarios o que responden a líneas de pensamiento que permiten al lector recibir la información que prefiere o lo tranquiliza- para «informarse», aunque esto sea solo el eufemismo que encierra esa vocación enfermiza que hoy traspasa a nuestra sociedad: tener razón a cualquier precio.
Un estudio de la consultora Zuban, Córdoba y Asociados, que en este caso de se detiene en el territorio de la principal provincia argentina pero que bien puede ser tomado como una muestra general de la realidad actual, no hace otra cosa que poner en números lo que los especialistas en comunicación perciben día a día, muestra con claridad lo que sostenemos en este editorial: mueren los medios impresos -lo que tiene que ver con el paso del tiempo y el acceso a nuevas tecnologías- se mantiene, aún en decadencia si tomamos los datos de hace apenas una década, la televisión, que sigue siendo el medio compartido por excelencia en los hogares argentinos, y decae lentamente la radio que, aún incorporada como emisor de noticias a la cultura de la comunicación, cambia lentamente su tecnología receptiva para abandonar el clásico receptor directo por el celular como vía de escucha de sus contenidos.
Pero es explosivo el crecimiento de las redes sociales, en el que el usuario comparte y aún supera el protagonismo de los profesionales de la comunicación, y el de los diarios digitales, que permiten la controversia de opinión y el debate -por momento de una pobreza alarmante- entre el autor de los contenidos y sus lectores.
Todo indica que los periodistas son tomados, por ahora, como los grandes responsables de la escasa o nula credibilidad que tiene el tratamiento de las noticias. Y aunque en un futuro no muy lejano el juicio crítico sobre los medios pase por otros vectores, no sería inteligente ocultar que somos nosotros los únicos responsables de no haber sabido dar a la profesión la solidez cultural y el resguardo moral que pudiese ponernos a resguardo de esta decadencia ominosa.
Preocupados por cuidar nuestros lugares -oscuros sitios de ganapanes que no comprenden el valor de una profesión que históricamente fue considerada la primera versión de la historia- bajamos mansamente la cabeza frente a nuestros mandantes y descargamos en los demás la frustración de estas cobardías y claudicaciones. Hasta que logramos convencernos de que éramos parte de «un mercado competitivo» para no aceptar que nos habíamos convertido en apéndices miserables del poder de turno.
La gente nos está dando la espalda, y así como en los tiempos fundacionales de la patria fue bueno que los argentinos posaran su mirada en el periodismo que se comprometía con las luchas políticas y sociales de una comunidad que quería cambiar y encontrarse con sus derechos, posiblemente ahora lo sea que nos abandone y desprecie por traicionarla y supeditarla a nuestros intereses personales.
Valga saber que aún estamos a tiempo de cambiar…