Pesca pirata: «Ríanse pero yo le vi la cara de susto al chino»

Por Adrián FreijoAllá por 1989, en plena campaña electoral, Carlos Menem tomó conciencia de la presencia de la pesca pirata en el Mar Argentino. Tres décadas después todo sigue igual.

El vuelo era tranquilo y el avión que Héctor Ricardo García había puesto a disposición del candidato justicialista Carlos Menem se acercaba sin sobresaltos a la ciudad de Trelew, primera etapa de una jornada de campaña que terminaría en Comodoro Rivadavia para seguir, tras un breve descanso, hacia Ushuaia. Allí el riojano pronunciaría una frase casi bélica que poco tuvo que ver con su política, una vez ungido presidente, con respecto a las Islas Malvinas. Nada que ver con los 600 ositos Winnie The Pooh que en 1998 el canciller Guido Di Tella enviara como muestra de amistad a los isleños. Pero esa es otra historia…

José Luis Lelli, el piloto nacido en Ucacha -localidad situada en el centro sur de la provincia de Córdoba, Argentina, en el departamento Juárez Celman- y al que todos queríamos y respetábamos por su profesionalismo y bonhomía, giró su cabeza y anunció que en pocos minutos íbamos a aterrizar en la localidad sureña. Lelli moriría poco tiempo después, en marzo de ese año, en el accidente que ocurriese en el momento del despegue del avión que debía llevar a Menem a Santa María (Catamarca) y del que casi al despegar se había apeado el futuro presidente para subirse al «Capiango», su propio bimotor, y pilotearlo personalmente para disfrutar de una soleada mañana con condiciones especiales de vuelo.

En ese trágico vuelo también iban Saúl Ubaldini, los secretarios privados de Menem –Ramón Hernández y Miguel Ángel Vicco– además del médico personal del candidato, que murió tras varios meses de cruel agonía, y su jefe de seguridad Guillermo Armentano quien recibiría graves quemaduras.

Volviendo al hecho que importa en esta nota, poco después de su anuncio, ya en pleno descenso y con las luces a la vista, Lelli volvió a dirigirse a Menem: «Gobernador…¿que ciudad importante está delante de Trelew?».

«Ninguna» repondió el inquirido, que conocía el territorio nacional como si fuese el patio de su casa.

A partir de ahí…el caos. El pequeño avión realizó una maniobra violenta y comenzó a ganar altura a toda velocidad. Lo que estaba delante nuestro -y se confundía con una ciudad de mediana envergadura como la que era nuestro destino- no era otra cosa que una inmensa flota de casi un centenar de pesqueros piratas -poteros para más datos- que con sus miles de luces prendidas se encontraban en plena tarea de robar el calamar de aguas argentinas.

Desde este tipo de buques los cardúmenes son concentrados durante la noche mediante la iluminación provista por fuertes lámparas ubicadas en la cubierta del barco, que también suelen complementarse con otras submarinas. La cercanía entre los barcos, capaces de recolectar 18 tn. por día, había dado esa imagen de ciudad que movió al engaño.

Terminado el caos dentro de la aeronave -nadie sabía el motivo de semejante acción de escape pero todos eramos conscientes del peligro corrido- Carlos Menem zanjó la cuestión con una de sus habituales salida humorísticas: «¿Miedo nosotros?…ustedes no le vieron la cara de susto al chino al que le pasamos a dos metros. Yo se la ví».

Treinta años después –diez de los cuales gobernó el protagonista central de esta historia– estas verdaderas ciudades flotantes siguen depredando nuestro mar sin que nadie haya hecho nada serio para evitar semejante atropello a nuestra soberanía y a las leyes internacionales.

Todo dicho. Lo demás es parte del verso berreta del nacionalismo lugareño.

Y seguro que al chino ya se le pasó el susto….